He tenido ansias de ser feliz y he buscado la felicidad por todas partes. He soñado con ser muy rica, mas he visto que los ricos, de la noche a la mañana, se tornan pobres. Y aunque a veces esto no sucede, se ve que por un lado reinan las riquezas, y que por otro reina la pobreza de la afección y de la unión. La he buscado en la posesión del cariño de un joven cumplido, pero la idea sola de que algún día pudiera no quererme con el mismo entusiasmo o que pudiera morirse dejándome sola en las luchas de la vida, me hace rechazar el pensamiento [de] que casándome seré feliz. No. Esto no me satisface. Para mí no está allí la felicidad. Pues ¿dónde -me preguntaba- se halla? Entonces comprendí que no he nacido para las cosas de la tierra sino para las de la eternidad. ¿Para qué negarlo por más tiempo? Sólo en Dios mi corazón ha descansado. Con El mi alma se ha sentido plenamente satisfecha, y de tal manera, que no deseo otra cosa en este mundo que el pertenecerle por completo.

Mi queridísimo papá: no se me oculta el gran favor que Dios me ha dispensado. Yo que soy la más indigna de sus hijas, sin embargo, el amor infinito de Dios ha salvado el inmenso abismo que media entre El y su pobre criatura. El ha descendido hasta mí para elevarme a la dignidad de esposa. ¿Quién soy yo sino una pobre criatura? Mas El no ha mirado mi miseria. En su infinita bondad y a pesar de mi bajeza, me ha amado con infinito amor. Sí, papacito. Sólo en DIOS he encontrado un amor eterno. ¿Con qué agradecerle? ¿Cómo pagarle sino con amor? ¿Quién puede amarme más que Nuestro Señor, siendo infinito e inmutable? Ud., papacito, me preguntará desde cuándo pienso todo esto. Y le voy a referir todo para que vea que nadie me ha influenciado.

Desde chica amé mucho a la Sma. Virgen, a quien confiaba todos mis asuntos. Con sólo Ella me desahogaba y jamás dejaba ninguna pena ni alegría sin confiársela. Ella correspondió a ese cariño. Me protegía, y escuchaba lo que le pedía siempre. Y ella me enseñó a amar a Nuestro Señor. Ella puso en mi alma el germen de la vocación. Sin embargo, sin comprender la gracia que me dispensaba, y sin siquiera preocuparme de ella, yo pololeaba y me divertía lo más posible. Pero cuando estuve con apendicitis y me vi muy enferma, entonces pensé lo que era la vida, y un día que me encontraba sola en mi cuarto, aburrida de estar en cama, oí la voz del Sagrado Corazón que me pedía fuera toda de El. No crea [que] esto fue ilusión, porque en ese instante me vi transformada. La que buscaba el amor de las criaturas, no deseó sino el de Dios. Iluminada con la gracia de lo alto, comprendí que el mundo era demasiado pequeño para mi alma inmortal; que sólo con lo infinito podría saciarme, porque el mundo y todo cuanto él encierra es limitado; mientras que, siendo para Dios mi alma, no se cansaría de amarlo y contemplarlo, porque en El los horizontes son infinitos.

¿Cómo dudar, pues, de mi vocación cuando, aunque estuve tan grave y a punto de morirme, no dudé ni deseé otra cosa? Como puede ver, papacito, nadie me ha influenciado, pues nunca lo dije a persona alguna y traté siempre con empeño de ocultarlo.

No sé cómo puedo agradecerle como debo a Nuestro Señor este favor tan grande, pues siendo El todopoderoso, omnipotente, que no necesita de nadie, se preocupa de amarme y de elegirme para hacerme su esposa. Fíjese a qué dignidad me eleva: a ser esposa del Rey del cielo y tierra, del Señor de los señores. ¡Ay, papá, cómo pagarle! Además me saca del mundo, donde hay tantos peligros para las almas, donde las aguas de la corrupción todo lo anegan, para llevarme a morar junto al tabernáculo donde El habita.

Si para concederme tan gran bien un enemigo me llamara, ¿no era razón para que inmediatamente lo siguiera? Ahora no es enemigo, sino nuestro mejor amigo y mayor bienhechor. Es Dios mismo quien se digna llamarme para que me entregue a El. ¿Cómo no apresurarme a hacer la total ofrenda para no hacerlo esperar?  Papacito, Yo ya me he entregado y estoy dispuesta a seguirlo donde El quiera. ¿Puedo desconfiar y temer cuando es Él el camino la verdad y la vida?

Con todo, yo dependo de Ud., mi papá querido. Es preciso, pues, que Ud. también me dé. Sé perfectamente que si no negó la Lucia a Chiro, pues su corazón es demasiado generoso, ¿cómo he de dudar que me dará su consentimiento para ser de Dios, cuando de ese “si” de su corazón de padre ha de brotar la fuente de felicidad para su pobre hija? No. Lo conozco. Ud. es incapaz de negármelo, porque sé que nunca ha desechado ningún sacrificio por la felicidad de sus hijos. Comprendo que le va a costar. Para un padre no hay nada más querido sobre la tierra que sus hijos. Sin embargo, papacito, es Nuestro Señor quien me reclama. ¿Podrá negarme, cuando El no supo negarle desde la cruz ni una gota de su divina sangre? Es la Virgen, su Perpetuo Socorro, quien le pide una hija para hacerla esposa de su adorado Hijo. Y ¿podrá rehusarme? No crea, papacito, que todo lo que le digo no desgarra mi corazón.  Ud. bien me conoce y sabe que soy incapaz de ocasionarle voluntariamente un sufrimiento. Pero, aunque el corazón mane sangre, es preciso seguir la voz de Dios; es preciso abandonar aquellos seres a quienes el alma se halla íntimamente ligada, para ir a morar con el Dios de amor, que sabe recompensar el más leve sacrificio. ¿Con cuánta mayor razón premiará los grandes? Es necesario que su hija los deje. Pero téngalo presente: que no es por un hombre sino por Dios. Que por nadie lo habría hecho sino por El que tiene derecho absoluto sobre nosotros. Eso ha de servirle de consuelo: que no fue por un hombre y que despues de Dios, será Ud. y mi mamá los seres que más he querido sobre la tierra.

También piense que la vida es tan corta, que después de esta existencia tan penosa nos encontraremos reunidos por una eternidad. Pues a eso iré al Carmen: a asegurar mi salvación y la de todos los míos. Su hija carmelita es la que velará siempre al pie de los altares por los suyos, que se entregan a mil preocupaciones que se necesitan para vivir en el mundo La Sma. Virgen ha querido perteneciera a esa Orden del Carmelo, pues fue la primera comunidad que le rindió homenaje y la honró.  Ella nunca deja de favorecer a sus hijas carmelitas.  De manera papacito, que su hija ha escogido la mejor parte.  Seré toda para Dios y El será todo
para mí. No habrá separación posible entre Ud. y su hija. Los seres que se aman jamás se separan. Por eso, cuando Ud., papacito, se entregue al trabajo rudo del campo; cuando, cansado de tanto sacrificio, se sienta fatigado y solo, sin tener en quien descansar se sienta desfallecido, entonces le bastará trasladarse al pie del altar. Allá encontrará a su hija, que también sola, ante el Divino Prisionero, alza suplicante su voz para pedirle acepte el sacrificio suyo y también el de ella, y que, en retorno, le dé ánimo, valor en los trabajos y consuelo en su dolor. ¿Cómo podrá hacerse sordo a la súplica de aquella que todo lo ha abandonado y que no tiene en su pobreza otro ser a quien recurrir? No, papacito. Dios es generoso, sobre todo que la constancia de mi oración no interrumpida ha de moverle a coronar sus sacrificios. Mi mamá y mis hermanos tendrán un ser que constantemente eleve por ellos ardientes súplicas, un ser que los ama entrañablemente y que perpetuamente se inmola y sacrifica por los intereses de sus almas y de sus cuerpos. Sí. Yo quisiera ser desde el convento el ángel tutelar de la familia. Aunque sé lo indigna que soy, lo espero ser, pues siempre estaré junto al Todopoderoso.

Papacito, no me negará el permiso. La Sma. Virgen será mi abogada. Ella sabrá mejor que yo hacerle comprender que la vida de oración y penitencia que deseo abrazar, encierra para mi todo el ideal de felicidad en esta vida, y la que me asegurará la de la eternidad.

Comprendo que la sociedad entera reprobará mi resolución pero es porque sus ojos están cerrados a la luz de la fe. Las almas que ella llama “desgraciadas” son las únicas que se precian de ser felices, porque en Dios lo encuentran todo. Siempre en el mundo
hay sufrimientos horribles. Nadie puede decir sinceramente: “Yo soy feliz”. Mas al penetrar en los claustros, desde cada celda brotan estas palabras que son sinceras, pues ellas su soledad y el género de vida que abrazaron no la trocarían por nada en la vida. Prueba de ello es que permanecen para siempre en los conventos. Y esto se comprende, ya que en el mundo todo es egoísmo, inconstancia e hipocresía. De esto Ud., papacito, tiene experiencia. ¿Y qué cosa mejor se puede esperar de criaturas tan miserables?
Déme su consentimiento luego, papacito querido. “Quien da luego, da dos veces”. Sea generoso con Dios, que lo ha de premiar en esta vida y en la otra, y no me obligue a salir a sociedad. Muy bien conozco esa vida que deja en el alma un vacío que nadie puede llenar, si no es Dios. Deja muchas veces el remordimiento. No me exponga en medio de tanta corrupción como es la que reina actualmente. Mi resolución está tomada. Aunque se me presente el partido más ventajoso, lo rechazaré. Con Dios ¿quién hay que pueda compararse? No. Es preciso que pronto me consagre a Dios, antes que el mundo pueda mancharme. Papacito, ¿me negará el permiso para mayo? Es verdad que falta poco, pero rogaré a Dios y a la Sma. Virgen le den fuerzas para decirme el “si” que ha de hacerme feliz. Ud. ha dicho en repetidas ocasiones que no negaría su permiso, pues le daría mucho consuelo tener una hija monja.
El convento que he elegido está en Los Andes. Es el que Dios me ha designado, pues nunca habita conocido ninguna carmelita; lo que le asegurará a Ud. que nadie me ha metido la idea y que no obro por impresiones. Dios lo ha querido. Que se cumpla su adorable voluntad.
Espero su contestación con ansiedad. Entre tanto pido a N. Señor y a la Sma.Virgen le presten su socorro para hacer el sacrificio ya que sin Ellos yo no habría tenido el suficiente valor para separarme de Ud.

Reciba muchos besos y abrazos de su hija que más lo quiere, Juana