Caminamos al impulso del Espíritu en este tiempo de cambio, de post-covid, llenos de gratitud por poder alabar al Señor aquí donde estamos. Este año, la fiesta de nuestra Madre Santa Teresa tiene lugar en el Año de San José y en una Iglesia en Sínodo con el tema: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión”. Dos hechos eclesiales que llevamos en el corazón y en nuestras oraciones. También nosotras nos sentimos parte de este caminar sinodal inclusivo y comunional.
Nuestra Madre Santa Teresa ilumina nuestro hoy en el contexto eclesial en que estamos diciéndonos nuevamente: ” Juntos andemos Señor, por donde quieres tengo de ir… “ (C 26,6). El Papa Francisco ha dicho repetidamente que el Sínodo expresa la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo, su misión. La palabra “sínodo”, de hecho, contiene todo lo que debemos entender en la expresión “caminar juntos”. Aquí nuevamente está la visión de Thérèse.
Para el año de San José, conocemos la gran devoción de Teresa por “el glorioso San José”, aspecto teresiano reconocido incluso por el Santo Padre en su carta apostólica Patris Corde.
De la gran cantidad de textos sobre San José que encontramos bajo la pluma de Thérèse, quisiera compartir un pequeño texto que me parece ha inspirado al pintor de este cuadro que encontramos en la antigua iglesia de la Padres carmelitas en Haifa, Kikar Paris. Es una tela al óleo, ubicado en el costado derecho del presbiterio de la iglesia. Un cuadro hecho en Italia y traído aquí por el padre Carmelita descalzo, Alberto Caruana, maltés.
El texto representado se encuentra en el Libro de la Vida (33, 12), donde la Santa Madre nos habla de una gran necesidad en la que se encontraba en el momento de la fundación del monasterio de San José. Ella dice: ” Una vez estando en una necesidad que no sabía qué me hacer ni con qué pagar unos albañiles, me apareció San José, mi verdadero padre y señor, y me dio a entender que no me faltarían, que los concertase. Y así lo hice sin ninguna blanca[1], y el Señor, por maneras que se maravillaban los que lo oían, me proveyó”.
¿Cuál sería esta maravillosa manera que asombra a quienes la escuchan?
El pintor de este cuadro ilustró la aparición de San José y, ciertamente inspirado, conservó un detalle que encuentra toda su relevancia en tiempos de post pandemia. San José coloca una pequeña moneda en la mano de Teresa… en el trasfondo vemos la casa que se transformará en el primer monasterio de la Reforma.
Siguiendo el ejemplo de Teresa, nuestra Madre ¡vayamos también a San José, con plena confianza de que nada es imposible para Dios y encomendémosle especialmente el camino sinodal de la Iglesia!
N.B: Para comprender la importancia de la presencia de los Padres Carmelitas de Malta en el Monte Carmelo, hay que recordar que el primer intento de recuperar el Monte Carmelo lo llevó a cabo con éxito en 1631 el Padre Prospero del Espíritu Santo. Pero todo se perdió de nuevo unos años después de su muerte, los intentos posteriores de recuperación resultaron siempre inútiles durante la segunda mitad del siglo XVII y el siglo XVIII. Por esta razón, el P. Pierre Alexandre de Santa Margarita, Superior General de los Carmelitas Descalzos, llamó al Maltés Julio del Redentor y le pidió que hiciera todo lo posible por adquirir en permanencia la Santa Montaña de María para la ‘Orden’. Fue en los primeros años del siglo XIX cuando este humilde religioso llegó a San Juan de Acre y logró comprar la casa de Haifa, pero el Pasha de Acre se negó de la manera más categórica a entregarle el Santo Monte.
Después de veinticuatro años de paciente trabajo diplomático en medio de grandes sacrificios personales y mucha pobreza, finalmente logró rescatar el Monte Carmelo del Pasha Abdala de Acre.
Con la colaboración de otras personas que vinieron después a traerle ayuda y aliento, finalmente se realizó la bendición de la primera piedra de la Basílica de Nuestra Señora del Monte Carmelo que perdura hasta hoy. Esta bendición tuvo lugar el 5 de julio de 1827, mientras que la solemne inauguración de la iglesia terminada tuvo lugar el 12 de junio de 1836.
[1] Sin ninguna blanca: como nuestro “sin un céntimo”… “Blanca” era una antigua moneda de vellón, que en tiempo de la Santa era considerada como el prototipo de la moneda sin valor alguno.