El Papa Francisco en su exhortación “Amoris Laetitia” acaba de darnos palabras llenas de fuerza y de ternura para la vida en familia. En junio, temporada de vacaciones, tiempo propicio para las alegrías de la familia donde podemos alimentar nuestro compromiso de amor y de entrega. También en nuestras comunidades carmelitanas, el texto del Santo Padre resuena con fuerza para orientar nuestra vida fraterna y eclesial.
En efecto, la comunidad no es una “verdadera familia reunida en el Nombre del Señor” (Perfectae caritatis 15) y “un pequeño colegio de Cristo” (Camino Esc 20,1)? A menudo, ya sea en nuestras Constituciones 9 (donde el término es utilizado 28 veces) o en otros textos, hablamos de “nuestra familia religiosa” y del monasterio como de la casa del Señor. Entremos pues, en esta casa cantando como nos invita el Papa en su exhortación apostólica, el salmo 127 que recitamos cada día a la hora de Nona. En la Tierra Santa, no es difícil de contemplarnos cada una y en comunidad como ramos de olivo en torno a la mesa…
Si nuestro celibato vivido en la castidad nos permite vivir la fecundidad en manera distinta que en la vida de pareja, la comunión con Cristo es el fundamento de nuestra vida comunitaria: hemos sido reunidas en nombre de su Amor, esta comunión con el Señor le permite vivir en medio de nosotros. Así, en la asamblea comunitaria, podemos contemplar el reflejo de la vida Trinitaria y gustar su dulzura. Paradójicamente, la soledad no nos separa ni nos deja solas. Vivida en su medida y con una justa radicalidad, ella nos abre a una comunión con los demás cada vez más profunda.
Al fin, y generalmente esta experiencia significativa al comienzo de la vida religiosa, cuanto más avanzamos en la consagración de nosotras mismas, nuestro reconocimiento hacia nuestros padres aumenta ya que ellos nos han dado la vida que ahora nosotros donamos con tanta alegría. Nosotros, también damos gracias por todo cuanto hemos recibido de nuestras familias y que se dilata en la vida fraterna y comunitaria. Y al mismo tiempo, las pruebas que hemos atravesado las vamos percibiendo positivamente porque ellas pueden ser contempladas a la luz del “amor misericordioso”. El papa Francisco, en los Nos. 17-18, evoca esta misión capital confiada a la familia de permitir la maduración de la vocación cristiana.
“ Del trabajo de tus manos te alimentaras, bienaventurado eres tú!” Muchos párrafos desarrollan el lugar del trabajo en la vida familiar. Sabemos la importancia que la vida Monástica confiere al trabajo. Y nosotros podemos fácilmente escuchar a santa Teresa que deseaba:” vivir la observancia religiosa y la vida comunitaria con un corazón magnánimo y fraternal, como miembros de la familia de Dios donde todo conduce al gozo” Ella colocaba el acento sobre la dignidad de la persona humana, la amistad entre las hermanas y la comunión entre los diferentes monasterios. (Constituciones 8)
Pero hay un párrafo remarcable: aquel que nos invita a la ternura, calificada por el Papa como “Virtud un poco ignorada en estos tiempos de relaciones frenéticas y superficiales”. Coloquemos en nuestras relaciones fraternas esta delicadeza, este respeto lleno de atención, de misericordia y de perdón; esta sonrisa que ilumina nuestra vida cotidiana aun los momentos más monótonos, y el amor de los discípulos de Cristo brillará en el mundo. Esta es la luz que resplandecía en el hogar de la Santa Familia de Nazaret de la cual nuestros Carmelos quieren ser vivos iconos.