El Apostolado y la Misión
« El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto. »
(Jn 15, 5)
Como toda vida, nuestra vida de carmelitas aspira a dar frutos. El amor del Señor que nos ha invadido es tal que siempre necesita ser derramado una y otra vez. De hecho, es un espíritu misionero, profundamente evangélico, que anima nuestra vida contemplativa y quiere hacernos apóstoles de Jesús.
Fue para responder a las necesidades de la Iglesia de su tiempo, por compasión hacia los indios que aún no habían recibido la Buena Nueva del Evangelio, que Santa Teresa de Ávila se dedicó por completo a revivir el ideal de la Orden del Carmelo, concentrado en la Regla dada a los ermitaños del Monte Carmelo. Ella nos compromete a trabajar por la Iglesia, a través del servicio eclesial de la oración y la inmolación (Constituciones n. 125).
Teresa transmitió tan bien su espíritu apostólico a sus hijas que después de ella, Santa Teresa del Niño Jesús dijo: “He venido [al Carmelo] a salvar almas, y sobre todo a orar por los sacerdotes” (Ms A 69v°). Quería amar a Jesús y hacerlo amar, aumentando el celo de las almas su impulso hacia las profundidades de Dios; el amor de las almas empujando hacia una obra de unión con Dios. Éste es el significado de nuestra vida.
El apostolado que se nos ha confiado es puramente contemplativo (Constituciones Nº 126) Es la sencillez de la vida
cotidiana vivida en la fe, la esperanza y el amor, la que ofrecemos al mundo, tendiendo al “amor puro”. “Es más precioso delante de Dios y del alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas otras obras juntas.” (San Juan de la Cruz, CSB 29).
Ya Santa Teresa de Ávila se ofreció por la Iglesia de su tiempo herida por el desgarro de la unidad. Este desgarro sigue aún abierto, a veces muy vivo, en nuestras regiones de Oriente Medio. Por esto queremos dar a nuestra oración, todas a nuestras acciones hasta las más banales, el testimonio de nuestra vida fraterna.
Nuestra presencia en nuestros países de Oriente Medio y del Norte de África pretende ser también “testimonio entre los no cristianos de la majestad y de la caridad de Dios, así como de la vocación de todos los hombres a la unidad en Cristo” (Constituciones n° 127). A través de nosotros, Jesús se hace presente entre nuestros hermanos creyentes de otras religiones.