Silencio, soledad y recogimiento, son el clima, la atmósfera que necesitamos para vivir en la presencia y de la presencia del Dios que nos habita.
Seguimos así el ejemplo de Cristo que a menudo se retiraba de la multitud para orar solo. Cada una de nosotras, desde la soledad, peregrina al encuentro con el Señor y cada mañana podemos cantar con el salmista:
« Oh Dios, tu eres mi Dios, desde la aurora te busco… mi alma tiene sed de ti. » (Sal 62)