Nuestras Constituciones nos invitan a “tender a la perfección evangélica en comunión con María” (n. 53). El término de “comunión” utilizado en este párrafo puede sorprendernos pues, parece crear una igualdad entre María y nosotros: es verdad, somos hermanos y hermanas de la Virgen. En todo caso, el término comunión con la Madre de Dios expresa una presencia actual de María, una presencia continua a lo largo de nuestro esfuerzo hacia la perfección. Otro pasaje de las Constituciones dice que estamos llamados “a la amistad con Cristo y a la intimidad con la Santísima Virgen María” (n. 10). “La comunión con María” es también signo de la oración de la Virgen que nos ayuda, nos muestra su ejemplo que nos estimula y aún más, nos hace partícipes de su propia vocación para realizar plenamente la nuestra: es una vocación “común”! El término comunión puede también incluir el N º 2 de nuestras constituciones sin por ello repetirse: “La Orden toma como modelo e ideal de consagración el misterio de su vida (de la Virgen María) y su unión con Cristo. ”
Este mismo número 53 continúa expresando la “particularidad de la impronta Mariana que es conferida a la contemplación”. Esta expresión ilumina la interioridad y la acogida típicamente femenina en nuestra vida de oración. La escucha de la Palabra y de los acontecimientos, el compromiso de toda la persona (“hágase en mí según tu palabra…”), el silencio y la alabanza (pocas palabras de María en el Evangelio, sin embargo tenemos el Magnificat) Todos estos rasgos son característicos de la Virgen, Nuestra Señora del Monte Carmelo. Ellos brillan en el icono de la Anunciación.
La impronta Mariana impregna también la “comunión fraternal”: Somos totalmente de “María”, todas somos hermanas, todas llevamos a Jesús en nosotras, y por esa razón somos dignas de respeto, de estima recíproca. Todas tenemos el mismo llamado y sin embargo, nuestros caminos son diferentes: María es en efecto un misterio inagotable. La hermana responsable de la comunidad es imagen de María, la comunidad es el pequeño “Colegio de los Apóstoles”, o la comunidad primitiva reunida en el Cenáculo. El icono de la Visitación nos permite leer nuestra comunión fraternal.
La impronta Mariana está unida también a la abnegación evangélica. La primera abnegación de nosotros mismos es aquella que requiere el consentimiento de la fe: fe de la esclava del Señor, de la Madre dolorosa. La abnegación vivida en fe da color a todas las renuncias. Cada uno de nuestros pequeños sacrificios diarios pueden ser estaciones de María al pie de la Cruz.
Por último, la impronta Mariana marca el espíritu apostólico. Esto está relacionado con lo que acabamos de decir acerca de la abnegación, de hecho nuestra vida apostólica es sobretodo, maternal. Ella será una participación de la ofrenda de María y de su oración en el cenáculo por la Iglesia, oración en el Espíritu. María une perfectamente el amor a Dios y el amor apostólico; es un mismo amor a Jesús, la cabeza y los miembros. No nos cansemos de contemplar a nuestra reina y nuestro modelo: María en medio de los Apóstoles el día de Pentecostés.