La Morada del Cristo muy llagado

Y sin embargo  es verdad que podemos encontrar discretos elementos de la vida de Teresa en la descripción de tal o cual morada. Todos los comentaristas están de acuerdo en que el libro de las Moradas es una obra autobiográfica, en la cual prosigue, afina, precisa su caminar en la oración y la unión con el Señor. Podemos por ejemplo comparar 1M2,11-12 con V6,4-6: encontramos el mismo combate entre el mundo y Dios, incertitudes y tentaciones en medio de buenos deseos. La misma petición dirigida a los santos (S. José) para que la ayude en sus combates. También podemos poner en paralelo V 28-29 y 6M8-9: la humanidad de Cristo se revela a Teresa ya sea que exponga un relato (Vida), o  una presentación más organizada (Moradas).
¿Qué podemos decir de  4M? Son las moradas ‘bisagra’ entre el tiempo donde el alma hace esfuerzos y donde deja hacer a Dios. Nos hacen orientarnos hacia la época de la ‘conversión’ de Teresa, umbral a partir del cual ella comienza una nueva vida, “la de Dios que vive en mí” (Vida 23,1). Durante años Teresa  ha  hecho esfuerzos  luchando, por mantener el hilo de la oración. Después de la lectura de San Agustín, y de sus lágrimas  derramadas ante el Cristo muy llagado, la tensión se hace ímpetu de amor, Jesús es el centro de su vida. Podemos leer el relato en Vida 9-10, y al mismo tiempo 4M, veremos bien que los dos textos se esclarecen mutuamente.
En el primer capítulo de 4M, Teresa distingue los contentos que dan la meditación, los actos de virtud, y los ‘gustos’ o ‘regalos’ que indican la acción de Dios. En V 8,12 ella nos ha hablado de los beneficios de las buenas lecturas o los sermones, sin embargo  también admite la tensión que la desgarra: “por una parte los sermones me daban un gran consuelo, por otra parte me atormentaban”. En 4M1,5 ella explicita: “Los contentos que quedan dichos no ensanchan el corazón, antes lo más ordinariamente parece aprietan un poco, aunque con contento todo de ver lo que se hace por Dios; mas vienen unas lágrimas congojosas, que en alguna manera parece las mueve la pasión”. Hasta que el Señor interviene él mismo… “No me parece acababa yo de disponerme a quererle servir, cuando su Majestad me comenzaba a tornar a regalar”. (V9,9)  y “esa otra fuente viene el agua de su mismo nacimiento que es Dios; y así, como su majestad quiere, cuando es servido hacer alguna merced sobrenatural, produce con grandísima paz y quietud y suavidad de lo muy interior de nosotros mismos…” (2M 2,4) La dilatación del corazón de la que habla Teresa en las Moradas es sobre todo descrita en la Vida en términos de fuerza: “le suplicaba (al Cristo muy llagado), que me fortificara de una vez para siempre”, y determinación: “yo me enmendé mucho a partir de ese momento”.
La voz que Teresa escucha en la lectura de las Confesiones de San Agustín, corresponde al silbo del Pastor que “tiene un tal poder que se abandonan las cosas exteriores y se entra en el Castillo”.  En las dos obras, encontramos descripciones y consejos para el combate de pensamientos, distracciones. Encontramos también el lugar crucial de la humildad explicitado en las Moradas, vivido en la Vida. La sensibilidad de Teresa es traspasada por el amor de Cristo según el relato de su vida, en las Moradas ella formulará cómo nuestros sentidos participan en  la experiencia de Dios (leer por ejemplo 4M2,6: los perfumes en el brasero y V 9,6 sobre las imágenes).
Todo culmina en los efectos  de tales gracias: la confianza y el abandono en Aquel “que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene” (4M2,9); “considerando el amor que El me tenía yo recobraba fuerzas porque nunca jamás dudé de su misericordia, de mí muchas veces” (V 9,7). Más todavía, esos “primeros favores”, según la expresión de Teresa, la mueven a ponerse al servicio del amor, y del amor crucificado, de Cristo muy llagado.  “Ser siervos del amor, que no me parece otra cosa determinarnos a seguir por este camino de oración al que tanto nos amó…” (V 11,1). Ella insiste todavía en las Moradas: no hay que pedir o buscar los favores: “la verdadera manera de prepararnos es desear sufrir e imitar al Señor… y conozco personas que van por el camino del amor, como han de ir, por solo servir a su Cristo crucificado…” (4M 2,9).

 

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