La adoración

Los salmos invitatorios, cada mañana, nos invitan al comienzo del día a adorar al Señor.
¿No les parece significativo? La adoración en el Carmelo, como para toda persona bautizada, y fundamentalmente para cada hombre, los “Magos” lo testimonian, es el primer acto y clamor hacia Dios.

Adorar, ¿no es acaso la total gratuidad? A menudo consideramos la oración como intercesión, y es legítimo. El mismo Jesucristo nos lo dice: “pedid y recibiréis …” (Lc. 11,9)

Y la adoración? Tal vez la descuidamos un poco, o la reservamos a “aquellos que tienen tiempo”, los contemplativos! La hermosa homilía del Papa Francisco sobre este tema en la solemnidad de la Epifanía nos muestra bien lo contrario, adorar no es perder el tiempo y es mucho más una actitud del alma que una cuestión de minutos u horas. Así como estar de pie significa la dignidad humana, el hombre encuentra la plenitud de su humanidad en el acto de adorar.
Adorar al Señor, es reconocer que Él es Dios, es maravillarse y dar gracias porque ÉL ES y porque Él da incesantemente vida a todo lo creado.

“Señor, me colmas de alegría por TODO lo que haces” (cf. Salmo 91,5) subraya Santa Teresa del Niño Jesús. Adorar a Dios en su voluntad, sea lo que sea. El hombre viejo es reacio a hacerlo. Y ¡aun así! ¿Cómo podemos adorar a Dios como nuestro Padre sin aceptar como regalo las palabras y los acontecimientos que Él nos ofrece a vivir? Sin duda necesitamos ayudarnos mutuamente en la oración para alcanzar este profundo consentimiento del Hijo de Dios, en Getsemaní: “Padre, no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”. No solamente la pequeña Teresa, también la grande Teresa de Avila no nos enseñan otra cosa.

A la mujer samaritana que lo interroga, Jesús responde:
“… amamos lo que sabemos,
Porque la salvación viene de los judíos.
Pero se acerca la hora, y ahora es,
donde los verdaderos adoradores adorarán al Padre
en espíritu y verdad … ” (Jn 4, 22-23)

Además, el Beato Carlos de Foucauld había quedado tan impresionado por la postración de los fieles del Islam ante el Dios único y trascendente que a partir de allí data su regreso a Cristo.

Todos somos llamados a ser “adoradores como los busca el Padre” (cf. Jn 4, 23).
¿No podría la adoración, cuerpo y alma, constituir un lugar de acercamiento entre judíos, cristianos y musulmanes?
Si por la oración, según Santa Teresa de Jesús, nos convertimos en “servidores del amor” (cf. Vida, 11, 1), ¿no seremos también, viviendo una oración de adoración al Dios Trino (cf. Santa Isabel de la Trinidad), servidores de paz, unidad, comunión entre todos los hombres?

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