El Señor Jesús, por su Resurrección, llegó a ser el Señor de todo el universo y de toda la historia. Este es el anuncio de la obra más maravillosa de Dios, el momento culminante de las muchas otras obras maravillosas que se han manifestado a lo largo de la historia de la humanidad. Para los apóstoles era algo increíble, inesperado. Les dejó, en un primer momento, incrédulos.
San Ignacio decía que debemos “pedir la gracia de alegrarnos profundamente de la gloria y gozo de Cristo”. Me parece que no pensamos suficientemente en lo que significaba para Jesús, su resurrección. En verdad es justo y necesario, es bueno y justo, gozar con el Señor por la inmensa alegría que Él experimentó en este día, cuando resucitó de la muerte. Creo que en primer lugar, Él está pleno de gozo por la gloria que su Padre había recibido y manifestado a todo el mundo. También desborda su gozo por la fecundidad de su victoria en beneficio de nosotros y toda la humanidad. Alguien notó que solamente después de la Resurrección Jesús se refería a sus discípulos como “hermanos”.
Es tan grande esta buena noticia de la resurrección de Jesús para la salvación del mundo, que, como esclavos liberados, estamos embriagados de la nueva libertad. Si por cosas banales, celebramos pequeñas victorias en la vida humana de personas queridas, como el éxito de un partido de futbol, de un examen, de un trabajo, por un cumpleaños, con cuanto más razón tenemos para celebrar y gozarnos con Jesús por su resurrección. Nos da gusto gozar con el gozo de un amigo, un compañero o compañera, o un compatriota. La victoria de Jesús, es realmente incomparablemente más importante y grande. Entonces, miremos un largo momento hoy al rostro glorioso del Resucitado; contemplemos su gozo y satisfacción porque ahora “al resucitar de entre los muertos, fue constituido Hijo de Dios con Poder, por obra del Espíritu Santo.” Tiene el poder para comunicar a nosotros el Espíritu Santo, de hacernos a nosotros hijos de Dios. Somos hijos en EL HIJO, por eso nos llama hermanos suyos.
En la última cena, Jesús pidió al Padre que sus discípulos “tengan en ellos la plenitud de su alegría”. En dos ocasiones más hablaba de esta alegría: “Yo les he dicho todas estas cosas para que en Uds. esté mi alegría, y la alegría de Uds. sea perfecta.” Y también “Hasta ahora no han pedido nada invocando mi Nombre: Pidan y recibirán, y su gozo será completo.” La gloria y el gozo del Señor Resucitado es la fuente del gozo cristiano.
Si el Resucitado vive en nosotros, no hay lugar para la tristeza. Ahora la presencia del Resucitado no quita todo sufrimiento y dolor, pero más allá de esto, en la parte más hondo de nuestro ser, hay paz; hay por lo menos un rayo de luz y de gozo y de una esperanza viva.
La resurrección nos abre a lo que más buscamos; al anhelo más profundo de nuestro ser: el deseo de vida, y vida en plenitud, vida eterna y gozosa. Jesús pasa a una nueva vida, una vida inmortal; ya no muere más; la muerte no puede dominarlo otra vez.
A los apóstoles les costaba reconocer a Jesús resucitado. Aunque era la misma Persona, había algo muy diferente. Algo fundamental había cambiado, algo maravilloso. A esta vida, nueva e inmortal, también nosotros estamos llamados, después de esta vida. Su resurrección es el modelo de nuestro estado futuro.
En este santo día, pedimos la alegría de gozarnos con su gozo. Un gozo desinteresado que nace de puro amor. Él nos alimenta en la Eucaristía con su cuerpo y sangre, alimento de vida inmortal. Sobre todo seamos agradecidos.
Cada Eucaristía es una acción de Gracias al Padre por la Resurrección de Cristo. Al recibir la Comunión, estamos en unión con Jesús Resucitado y Él comunica según nuestra capacidad la nueva vida que emana de su Persona Divina. Es ésta la buena noticia, el Evangelio, que confirma nuestros corazones en la esperanza.
P. Jorge Peterson o.c.s.o.
Santa María de Miraflores
Chile