Cuaresma, tiempo de escucha en el desierto

« Habla, Señor, que tu siervo escucha »
1 Sam 3
Cuaresma, tiempo de escucha en el desierto

El joven Samuel dormía en el templo del Señor. Elí, su maestro, ya anciano, no estaba con él: Samuel estaba solo. Quizás se preguntaba qué sería de él ahora que su maestro ya no podía ver bien, ahora que sus fuerzas iban disminuyendo. Quizás se preguntaba a quien tendría que acudir en el futuro, él, que había sido cedido al Señor de por vida, cuando era aún un niño.
En esta soledad, Samuel escuchó la voz de Señor que pronunciaba su nombre. Una vez, y otra. “Samuel no conocía aún al Señor”, dice el texto. Y fue dos veces a decirle a Elí: “Aquí estoy, porque me has llamado”.
No deja de llamar la atención que este joven, que había vivido toda su vida en el templo, que “servía al Señor al lado de Elí”, aún no conociera el Señor. Detalle interesante, que nos vendría bien trasladar a nuestras vidas de bautizadas, de consagradas: toda una vida en el templo del Señor, sin conocerlo…
La actitud del joven Samuel es de toda forma una actitud de prontitud en el servicio: se levanta y corre “adonde estaba Elí”.
Como María, visitada por el Ángel, que no duda en ponerse en camino para ir al encuentro de su prima Isabel, también Samuel está en una actitud de disponibilidad absoluta al Otro: “Aquí estoy, porque me has llamado”.
Y el Señor lo llama una tercera vez. Y por tercera vez Samuel se levanta y va donde Elí. Como buen maestro, Elí entiende que su tarea ya ha terminado: ha llevado el joven Samuel al encuentro con el Señor, su verdadero Maestro, y con la sencillez de los grandes le dice de ponerse, de ahora en adelante, en Sus manos: “Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: «Habla, Señor, que tu siervo escucha»”. Y el Señor, por cuarta vez, vuelve a llamar a Samuel. Esta vez, pero, el texto dice que “el Señor se presentó” o, según otras traducciones, “vino y se detuvo”: la soledad de Samuel es ya una soledad habitada por Dios, y el joven puede recibir el anuncio de su misión: “Habla, que tu siervo escucha”. ¿Qué nos dice a nosotras este texto? ¿Qué ayuda puede darnos para vivir este tiempo de Cuaresma que el Señor nos regala un año más? Al menos, dos sugerencias. En primer lugar, la soledad. No nos hagamos ilusiones: la soledad es muy romántica cuando la elegimos nosotras, pero se hace dura, terriblemente dura, cuando los tiempos y los modos los dicta el Señor. Miremos a nuestros hermanos que han muerto solos en los hospitales por el Covid, a los miles de jóvenes que mueren en los mares y en los desiertos, lejos de todo y de todos, a los descartados que viven en las calles: su soledad no tiene nada de romántico. En esta soledad, sin embargo, el Señor “viene y se detiene”.

Pidámosle a Dios, en esta Cuaresma, que nos vaya instruyendo a reconocer Su Presencia en esta soledad, que puede ser la de la vejez, de la enfermedad, de la incomprensión; que nos vaya purificando para poder reconocer Su Voz cuando las cosas no van como queremos que vayan; que nos vaya educando, poco a poco, al Encuentro definitivo con Él a través del desasimiento: “Si deseas hallar la paz y consuelo de tu alma y servir a Dios de veras, no te contentes con eso que has dejado, porque por ventura te estás, en lo que de nuevo andas, tan impedido o más que antes; las deja todas eso tras cosas que te quedan y apártate a una sola que lo trae todo consigo, que es la soledad santa, acompañada con oración y santa y divina lección, y allí persevera en olvido de todas las cosas; que, si de obligación no te incumben, más agradarás a Dios en saberte guardar y perfeccionar a ti mismo que en granjearlas todas juntas; porque ¿qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si deja perder su alma? (Mt 16, 26)”. (Dichos de luz y de amor, 78)

En segundo lugar: la escucha.

En el Bautismo, se nos dio la “semilla” de la escucha, se abrieron nuestros oídos: ¡Effetah! Tenemos en germen esta capacidad de escuchar la voz de Dios, pero puede que a lo largo de los años se haya debilitado, y no solo por los ruidos de fuera, sino, y sobre todo, por los de dentro: preocupaciones, dudas, autosuficiencia, quizás un poco de desconfianza… En esta Cuaresma pidámosle a Dios que nos devuelva la frescura de la escucha de nuestro Bautismo, que nos ayude a estar en Su Presencia como el joven Samuel, como los niños, en una actitud de estupor, como quien lo necesita todo porque sabe que de Otro depende toda su vida: “¡Oh, Señor Dios mío!, ¿quién te buscará con amor puro y sencillo que te deje de hallar muy a su gusto y voluntad, pues que tú te muestras primero y sales al encuentro a los que te desean? (Dichos de luz y de amor, 2)

¡Buena y Santa Cuaresma!

Carmelo de Tanger

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