Fraternidad

« Creer que el otro sea un hermano, decirle al otro “hermano”
no es una palabra vacía, sino lo más concreto
que cada uno de nosotros puede hacer. »
(Papa Francisco)

Nuestros monasterios tienen en común el estar situados en un ambiente predominantemente no cristiano, en la encrucijada de las tres grandes religiones monoteístas y de la pluralidad de culturas. Nos sentimos así estimuladas a dar juntas un testimonio de unidad.

Cada monasterio está inserto en el corazón de cada Iglesia particular, llevando es sí sus gracias, sufrimientos y aspiraciones.

Las palabras del Papa Francisco durante sus diversas visitas a estas regiones son una luz para avanzar juntas por un camino de fraternidad y espiritualidad.

Extracto del discurso de Papa Francisco
en el encuentro mundial sobre la Fraternidad Humana
10 de junio de 2023

En la Encíclica Fratelli tutti escribí que «la fraternidad tiene algo positivo que ofrecer a la libertad y a la igualdad» (n. 103), porque quien ve a un hermano ve en el otro un rostro, no un número: es siempre “alguien” que tiene una dignidad y merece respeto, no “algo” que se puede usar, explotar o descartar. En nuestro mundo, desgarrado por la violencia y por la guerra, no son suficientes los retoques y los ajustes: sólo una gran alianza espiritual y social que nazca de los corazones y gire alrededor de la fraternidad puede volver a poner en el centro de las relaciones la sacralidad y la inviolabilidad de la dignidad humana.

Por esto la fraternidad no tiene necesidad de teorías, sino de gestos concretos y de opciones compartidas que la hagan cultura de paz. La pregunta que debemos hacernos no es por tanto qué pueden darme la sociedad o el mundo, sino qué puedo dar yo a mis hermanos y a mis hermanas. Volviendo a casa, pensemos qué gesto concreto de fraternidad podemos realizar: reconciliarnos con la familia, con los amigos o con los vecinos, rezar por quien nos ha hecho daño, reconocer y ayudar a quien está en necesidad, llevar una palabra de paz a la escuela, a la universidad o a la vida social, ungir con nuestra cercanía a alguien que se sienta solo.

Sintámonos llamados a aplicar el bálsamo de la ternura dentro de las relaciones que se han desgastado, tanto entre las personas como entre los pueblos. No nos cansemos de gritar “no a la guerra”, en el nombre de Dios o en el nombre de cada hombre y cada mujer que aspira a la paz. Me vienen a la mente aquellos versos de Giuseppe Ungaretti que, en plena guerra, sintió la necesidad de hablar de los hermanos como de una «Palabra temblorosa / en la noche / Hoja apenas nacida». La fraternidad es un bien frágil y precioso. Los hermanos son un ancla de verdad en el mar tempestuoso de los conflictos que siembran la mentira. Evocarlos es recordarle a quien está combatiendo, y también a todos nosotros, que el sentimiento de fraternidad que nos une es más fuerte que el odio y la violencia, de hecho, nos acomuna a todos en el mismo dolor. Es de aquí de donde partimos y volvemos a empezar, desde el significado de “sentirse juntos”, chispa que puede encender de nuevo la luz para detener la noche de los conflictos.

Creer que el otro sea un hermano, decirle al otro “hermano” no es una palabra vacía, sino lo más concreto que cada uno de nosotros puede hacer. Significa, de hecho, emanciparse de la pobreza de creer que estamos en el mundo como hijos únicos. Significa, al mismo tiempo, optar por superar la lógica de los socios, que están juntos sólo por el interés; sabiendo también ir más allá de los límites de los vínculos de sangre o étnicos, que reconocen sólo lo que les es semejante, pero rechazan lo diverso. Pienso en la parábola del Samaritano (cf. Lc 10,29-37), que se detiene con compasión ante el judío necesitado de ayuda. Sus culturas eran enemigas, sus historias diferentes, sus religiones hostiles entre sí, pero para aquel hombre la persona hallada en el camino y su necesidad estaban por encima de todo.

Cuando los hombres y las sociedades eligen la fraternidad también las políticas cambian: la persona vuelve a prevalecer sobre el beneficio; la casa común que todos habitamos, sobre el ambiente que se explota para los propios intereses; el trabajo se paga con el justo salario; la acogida se convierte riqueza; la vida, en esperanza; la justicia se abre a la reparación y el recuerdo del mal causado sana en el encuentro entre las víctimas y los culpables.