La santidad hoy

En «El pórtico del misterio de la segunda virtud», Charles Péguy escribía audazmente: «una penitencia del hombre es un coronamiento de una esperanza de Dios… Y como repicamos en nuestras Pascuas las campanas para celebrar la resurrección de Jesús, ¡Cristo ha resucitado! Así Dios por cada alma que se salva toca por nosotros las campanas de las Pascuas eternas. Y dice: «Ya lo había dicho». (1)

Ahora bien, ¿qué es la santidad sino una esperanza invencible que brota del Corazón de Dios, que espera sin cesar el regreso de sus hijos y cree en la comunión eterna de amor y bienaventuranza con ellos? Y por parte del hombre, la santidad puede considerarse como una conversión perseverante, humilde y confiada. Nuestra Madre Santa Teresa habla de una «determinada determinación» necesaria para llegar a la Fuente de Agua viva prometida a la samaritana (2).

Este año jubilar nos llama a ser «peregrinos de la esperanza», es decir, hombres y mujeres que desean llegar hasta el final del camino para beber el Agua viva y no se detienen ante ninguna dificultad, obstáculo o incluso pecado.

En su discurso del pasado 22 de septiembre a religiosas, encuentro en el que una veintena de nosotras tuvimos la alegría de participar junto a nuestro P. General Miguel Marquez Calle y P. Abdo Abdo, ocd asistente de nuestra Federación, el Papa León XIV dijo, refiriéndose a la mujer generosa, «que es mucho más valiosa que las perlas» (Pr 31, 10): «También en nuestros días, de hecho, se necesitan mujeres generosas. ». Después de aludir a esas mujeres extraordinarias que se dejaron fascinar y transformar por el Señor, pudiendo así realizar grandes cosas, el Papa también mencionó la reflexión muy carmelita de San Juan Pablo II sobre las ascensiones luminosas y los descensos dolorosos en los que solo vemos a «Jesús solo», transfigurado o desfigurado (3).

Y León XIV continuaba: « si permanecemos unidos a Él, (Jesús) suceden grandes cosas, precisamente a través de nuestra pobreza».

Luego nos animaba especialmente a nosotras, las carmelitas, diciendo: « es importante lo que están haciendo, con su presencia vigilante y silenciosa en lugares lamentablemente desgarrados por el odio y la violencia, con su testimonio de abandono confiado en Dios, con su constante invocación por la paz» (4)

Todo esto nos estimula y renueva en nuestra vocación carmelita y en la llamada a la santidad que Dios, a través de su Iglesia, no cesa de dirigirnos: tal es nuestra «penitencia» o conversión cotidiana, «desarmada y desarmante» como la paz. Tal es nuestra vocación en el corazón de la Iglesia y del mundo de hoy: creer siempre en el amor y la victoria de Dios sobre todo mal, en nosotros y a nuestro alrededor, y dar a todo hombre el deseo de conocer al Señor, de amarlo y de hacerlo amar a su vez.

¿No es así como se esboza aquí abajo la Jerusalén celestial, «visión de paz», de alegría, de amor y de comunión eterna con Dios y entre nosotros?

 

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Notas:
1  Charles Péguy: «El pórtico del misterio de la segunda virtud».
2  Santa Teresa de Ávila: El camino de la perfección. Cap. 13 o 21, según las ediciones.
3  San Juan Pablo II: «Vita consecrata», 25 de marzo de 1996, n.º 14.
4  León XIV, Discurso a las Carmelitas Descalzas y a los participantes en los capítulos generales de las Hermanas de San Pablo de Chartres, las Misioneras Salesianas de María Inmaculada y las Hermanas de Santa Catalina. Sala del Consistorio, lunes 22 de septiembre de 2025.