I

¿Quien eres tú, dulce luz que me llena

e ilumina la oscuridad de mi corazón?

Me conduces igual que una mano materna

y si me soltaras, no sabría ni dar un paso.

Tú eres el espacio que envuelve todo mi ser y lo encierra en sí,

abandonado de tí caería en el abismo de la nada,

de donde tú lo elevas al Ser.

Tú, más cercano a mí que yo misma

y más íntimo que mi intimidad,

y, sin embargo, inalcanzable e incomprensible,

y que todo nombre haces explotar:

¡Espíritu Santo – Amor Eterno!

 

II

¿No eres Tú el dulce maná

que del corazón del Hijo en el mío fluye,

alimento de los ángeles y de los bienaventurados?

Él, que de la muerte a la vida se elevó,

Él me ha despertado también a mí a nueva vida,

del sueño de la muerte.

Y nueva vida me da, día tras día.

Y un día su abundancia me colmará,

vida de tu vida, sí, Tú mismo:

¡Espíritu Santo – Vida Eterna!

 

III

¿Eres Tú el rayo que desde el Trono del Juez eterno cae

e irrumpe en la noche del alma,

que nunca se ha conocido a sí misma?

Misericordioso e inexorable penetra en los escondidos pliegues.

Se asusta al verse a sí misma,

Concede lugar al santo temor,

principio de toda sabiduría que viene de lo alto,

y en lo alto con firmeza nos amarra a tu obra,

que nos hace nuevos,

¡Espíritu Santo – Rayo penetrante!

 

IV

¿Eres tú la plenitud del espíritu y de la fuerza

con la que el Cordero rompe el sello del eterno secreto de Dios?

Impulsados por tí los mensajeros del juez cabalgan por el mundo

Entonces surgirá un nuevo cielo y una nueva tierra,

y todo vuelve a su justo lugar gracias a tu aliento:

¡Espíritu Santo – Fuerza triunfadora!

 

V

¿Eres tú  el maestro constructor de la catedral eterna

que se eleva desde la tierra a través de los cielos?

Por tí vivificadas las columnas se elevan hacia lo alto

y permanecen inamobiblemente fijas.

Selladas con el nombre eterno de Dios

se elevan hacia la luz

sosteniendo la cúpula, que cubre cual corona la santa catedral,

tu obra transformadora del mundo,

¡Espíritu Santo – Mano creadora!

 

VI

¿Eres tú quien creó el claro espejo,

cercano al trono del Altísimo,

como un mar de cristal

en donde la divinidad se contempla amando?

Tú te inclinas sobre la obra más bella de la creación,

y resplandeciente te ilumina con tu mismo esplendor,

y la pura belleza de todos los seres,

unida en la amorosa figura

de la Virgen, tu esposa sin mancha:

¡Espíritu Santo – Creador del Universo!

 

VII

¿Eres tú el dulce canto del amor y del santo recato,

que eternamente suena en torno al trono de la Trinidad,

y desposa consigo los sonidos puros de todos los seres?

La armonía que aúna los miembros con la Cabeza,

donde cada uno encuentra feliz el sentido secreto de su ser,

y jubilante irradia libremente desprendido en tu fluir:

¡Espíritu Santo – Júbilo eterno!