La Regla del Carmelo nace en el corazón y en la vida de los primeros ermitas del Monte Carmelo, antes incluso de ser escrita. Enteramente entretejida de la Sagrada Escritura, ella es testigo del rumear incesante de la Palabra divina dándonos un camino de vida para hoy.

Es junto a la fuente de Elías donde ellos vivían meditando día y noche la ley del Señor.

En la tierra que el Señor se escogió como heredad y en este mismo espíritu, generación tras generación hemos vivido profundamente enraizadas en la tradición bíblica buscando sin cesar el rostro de Dios.

“En la tradición carmelitana la contemplación brota del contacto amoroso y personal con la Escritura” (Una Carmelita del Monte Carmelo).

Oh, cristalina fuente,
Si en esos tus semblantes plateados
Formases de repente
Los ojos deseados
Que tengo en mis entrañas dibujados.

Una Palabra que se acoge en el silencio:albertus-5

La Palabra es alguien a mirar, a contemplar, a escuchar en silencio. La Palabra es una Persona a quien amar, vivimos con ella, junto a ella, en ella y por ella. Es también dar la propia vida para que ella pueda “encarnarse de nuevo” sobre esta Tierra.

Una Palabra celebrada:
La participación en la oración de Cristo tiene su máxima expresión en la Liturgia. Vivir la liturgia en la Tierra Santa es entrar en la oración de los Salmos que forja hasta ahora la vida del pueblo de Israel. Ella nos hace entrar en el espacio sagrado del culto de adoración, de acción de gracias, de alabanza, que se abre como preludio de la alabanza eterna, abrazando el cielo y la tierra, todo lo creado.
La Liturgia es también lo que unifica nuestras comunidades en su diversidad: por el canto del Padre nuestro o el Magnificat en diversas lenguas, por la comunión en la alabanza y la intercesión de la Iglesia entera nacida en esta Tierra.

Una Palabra que forma la comunidad:

La comunidad es el lugar donde la Palabra del Señor es celebrada, compartida y vivida. Es también fuente de comunión, ella forja nuestras comunidades… Cada mañana hacemos la experiencia del cenáculo, reunidas de todas las naciones en “el cenáculo” para celebrar el memorial de su Pasión y resurrección. Somos convocadas por el Espíritu como el pequeño colegio de Cristo, según la expresión de nuestra madre Santa Teresa, para experimentar el milagro de la unidad que brota cuando compartimos el Pan y la Palabra.

“En el carmelo toda nuestra vida se centra en vivir en y de la Presencia del Señor, escuchando y meditando su Palabra a lo largo de la jornada y que sigue haciéndose carne en cada Eucaristía. Uno tiene la experiencia que es esta fidelidad a dejarse invadir y modelar por la Palabra, dóciles al Espíritu, que puede grabarla en nuestras vidas. Esto es lo que edifica la comunidad fraterna. Todas unidas en oración con Jesús, para que el mundo crea en el amor del Padre…” (Una carmelita de Nazaret)