La liturgia pone en nuestros labios las palabras que cantan esta gozosa espera, y también las súplicas de aquellos que, generación tras generación, velan en la noche y siguen repitiendo como nuestros padres en el Antiguo Testamento: “A ti, Señor, levanto mi alma. Oh Dios mío. En ti confío, ¡no sea confundido! No hay confusión para el que espera en ti” (Salmo 24,1-3 Introito del primer Domingo de Adviento).
Pero, ¿cuáles serán nuestras acciones en este momento privilegiado y que suele pasar muy rápidamente a causa de los preparativos de las fiestas que pueden acaparar toda nuestra atención?
San Pablo nos aconseja a levantarnos de nuestro sueño y a conducirnos “como se hace en plena luz del día ” (Rm 13, 11-14). ¿Esto significa que nuestra conducta honesta, sin evasivas, sin escondernos, sino llena de luz y rectitud puede hacer que venga ya el Reino, puede apresurar la Presencia de Cristo el Señor en medio de nosotros? Ciertamente que sí, porque es entonces que estamos vestidos para el combate de la luz, estamos revestidos de Cristo, y es Él quien brilla, que se da a conocer, es a Él a quien transparentamos.
Y eso no es todo, pues si bien San Pablo dice que este comportamiento elimina orgías y desenfrenos, sobretodo elimina las disputas y los celos… En nuestras comunidades estas aparecen bien rápido como esas pequeñas chispas de ira, rivalidades más o menos conscientes, pero que pueden convertirse en veneno. Al desenmascararlas y hacerlas desaparecer, el día de Dios se levanta en nuestra sonrisa fraternal y sincera, el Hijo del hombre ya está ahí, en nuestra dulzura, en nuestros gestos llenos de humilde humanidad.
Hay todavía otra disposición que nos prepara para la venida del Señor. El profeta Isaías veía de lejos esa venida y nos anuncia el carácter universal en todos los pueblos en marcha hacia Jerusalén, la ciudad de Dios: “Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: « Venid, subamos al monte del Señor” (Isaías 2:1-3). No tomemos estas palabras como las de un texto antiguo, una profecía del pasado… Es una profecía, sí, y por tanto nos concierne en este Adviento 2013. Carmelitas en Tierra Santa, estamos llamadas por nuestra fe, nuestra espera orante, por nuestras obras de luz y de dulzura, a trabajar en esta convocación de todos los hombres en la Nueva Jerusalén. Este trabajo comienza humildemente cuando transformamos nuestras rudezas en herramientas de armonía, cuando forjamos vínculos, dentro de nuestro alcance, con todos los habitantes de esta región para que un día se descubran miembros de una sola “familia caminando hacia la montaña del templo del Señor.” Él se continúa, finalmente, en la firme esperanza de que esta marcha ya ha comenzado, y que cada día del Adviento la conduce a su cumplimiento en el secreto de nuestra oración y de nuestra ofrenda.
¿Utopía? ¿Sueño generoso, pero poco realista? La Palabra de Dios es viva y eficaz, ella resuena en nuestros oídos:
“Pedid la paz para Jerusalén! ” Salmo 121.
“Preparad el camino al Señor! “(Mt 3,1-12, Segundo domingo de Adviento) .
“Entrarán en Sión entre aclamaciones” » (Is 35, 1-10, 3 º domingo de Adviento)
“Prorrumpid a una en gritos de júbilo, soledades de Jerusalén, porque ha consolado el Señor a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén!»(Is 52,7-10, Navidad, misa del día).
No podemos no escuchar su Palabra y no dejar que ella tome carne en nuestras vidas. Sí, ven, Señor Jesús, ven que te esperamos!