Cada día contemplamos impotentes el sufrimiento de tantos hermanos nuestros en Siria y Egipto. Muchos sufren por una causa, y muchos más sin siquiera saber el por qué, ni hasta cuándo.
Todos sufren a causa de la violencia y de la guerra, y también a causa de nuestra indiferencia, pues quizás nosotros también, nos hemos acostumbrado a esta situación.
El Señor mañana tras mañana nos despierta, El abre nuestro oído (cf. Isaías 50,4), para que no permanezcamos indiferentes ante estas situaciones dramáticas. Y cada vez experimentamos como un signo del Espíritu para no instalarnos pasivamente, o simplemente ir fuera buscando informaciones. Este signo del Espíritu tiene un eco poderoso en nuestra vida de oración, y en nuestra vida misma.
Todos necesitan un corazón que sea capaz de “sufrir con”, alguien que sea capaz de ponerse en la situación de los que sufren y desde allí elevar los ojos al cielo, implorando misericordia, llevando en la oración los dolores, las angustias, los temores y las esperanzas de cada persona.
Que a través de la oración podamos vivir esto que dice San Pablo: Quien sufre sin que yo sufra con El? (2Cor 11,29). Ningún sufrimiento nos debe ser indiferente, nada de lo humano debe ser ajeno a nosotros, porque toda realidad humana nos toca en lo más profundo de nosotros mismos.
Es sólo a través de la oración y el sacrificio personal, unidos a los de Jesús, que podemos consolar a los que lloran, reconfortar a los que sufren, acompañar a los que se sienten solos y abandonados, infundir esperanza a los que lo han perdido todo . Con María, permanecemos al pie de la cruz, y como Santa Teresita, (cf. Ms A 45) recogiendo la sangre de Jesús para derramarla sobre el mundo, porque hay momentos en que sólo la Pasión de Cristo puede venir en nuestra ayuda (cf. Edith Stein)
Desde la oración fiel y constante, desde el silencio, estamos llamados a vivir estos acontecimientos con la vigilancia de una madre que espera que su hijo vuelva al hogar.
Invitamos a todos a mantener la lámpara encendida, a ensanchar los espacios interiores para acoger toda realidad humana, para descubrir así esos lazos que nos unen de una manera misteriosa al destino de aquellos que no conocemos, a seguir suplicando por la paz sin caer en la indiferencia, y a seguir construyendo puentes de paz y fraternidad en todos los rincones del mundo.
Como un pequeño signo, podemos unir nuestras oraciones a esta intención, especialmente en el rezó del oficio de las Vísperas.