En este año de la fe, podemos contemplar la fe de María en este misterio de la consagración. ” Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él”, dice el evangelista en el relato de la Presentación. La Virgen contempla y admira el amor de Cristo Redentor. Ella vio la pobreza del pesebre, ella escrutó la sumisión de Jesús en Nazaret y ya presiente la mirada que deberá posar sobre “Aquel a quien traspasaron”. Ella conserva todos estos acontecimientos y los medita en su corazón, ella cree. Contemplar el testimonio del amor y creer en la palabra son los dos actos fundamentales con los cuales la fe se alimenta.
Esta meditación orante y confiada que encontramos varias veces en el evangelio de Lucas, es activa: María no sólo recuerda, sino que no deja de escrutar las palabras y los hechos del Salvador, para comprender mejor su alcance.
Es evidente que María no tenía la clara visión. Ella vivía en una atmósfera de fe, igual que nosotros. Su fe fue probada como la nuestra y progresó como la nuestra. María recibió el don de la fe, pero sin ser un instrumento pasivo: ella recibió un mensaje: El ángel se acercó a ella y le dijo: “Alégrate …” (Lc 1:28), ella contestó libremente “He aqui la esclava del Señor” (Lc 1:38), con todo conocimiento de causa: “¿Cómo será esto … »(Lc 1,34), y con toda la luz de la gracia: “el Poderoso ha hecho obras grandes por mí “(Lc 1:49). Por tanto, María comprendió de manera velada pero real el contenido del mensaje y por lo tanto la identificación de Jesús al Dios y Señor.
Sin embargo, la apertura del alma a Dios y a su acción en la fe incluye también el elemento de la oscuridad. Escuchemos lo que dice al respecto Benedicto XVI en su catequesis del 19 de diciembre de 2012: “Precisamente quien —como María— está totalmente abierto a Dios, llega a aceptar el querer divino, incluso si es misterioso, también si a menudo no corresponde al propio querer y es una espada que traspasa el alma, como dirá proféticamente el anciano Simeón a María, en el momento de la presentación de Jesús en el Templo (cf. Lc 2, 35)… Así es para María; su fe vive la alegría de la Anunciación, pero pasa también a través de la oscuridad de la crucifixión del Hijo para poder llegar a la luz de la Resurrección. No es distinto incluso para el camino de fe de cada uno de nosotros: encontramos momentos de luz, pero hallamos también momentos en los que Dios parece ausente, su silencio pesa en nuestro corazón y su voluntad no corresponde a la nuestra, a aquello que nosotros quisiéramos. Pero cuanto más nos abrimos a Dios, acogemos el don de la fe, ponemos totalmente en Él nuestra confianza —como Abrahán y como María—, tanto más Él nos hace capaces, con su presencia, de vivir cada situación de la vida en la paz y en la certeza de su fidelidad y de su amor. Sin embargo, esto implica salir de uno mismo y de los propios proyectos para que la Palabra de Dios sea la lámpara que guíe nuestros pensamientos y nuestras acciones.”
En el diálogo íntimo con la Palabra de Dios, María ha penetrado en el misterio de la Presentación, misterio de ofrenda y consagración. Que ella nos ayude hoy para celebrar esta fiesta, no solamente en el mes de febrero, sino a lo largo de nuestras vidas.