De hecho, la Orden del Carmen nació en el Monte Carmelo, y desde su origen, los primeros ermitaños construyeron allí una pequeña y hermosa capilla en honor de Nuestra Señora, junto a la fuente donde Elías había residido. Es de aquí que surge el nombre que los ermitaños recibieron: Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. Y diciendo hermanos, debemos ciertamente comprender que se trata de hermanos y hermanas…
El 16 de julio, celebramos solemnemente a María del Carmelo, aquella que fue contemplada por el profeta Elías en la pequeña nube que subió del mar y trajo la lluvia a Israel que sufría de una larga sequía (R 18.44). Esta es la principal solemnidad de la Orden. Sin embargo, en cada fiesta mariana, y también cada sábado, nos gusta contemplar a María que es el ideal de nuestra vida contemplativa eclesial, nos gusta decirle que deseamos vivir como ella en la fe, la docilidad al Espíritu Santo, la generosidad plena de amor.
Incluso cada mañana, al comenzar la oración, nos ponemos entre sus manos maternales que saben formarnos para vivir la intimidad con el Señor, para vivir el amor fraternal. “Yo te elijo hoy como Madre y modelo… Gracias por ser mi Madre plena de ternura, quiero imitarte, oh mujer de la escucha y Esclava del Señor… concédeme estar enteramente dirigida hacia tu hijo Jesús, de ser su alegría y de cantar con todos mis hermanos la gloria del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo… “
A lo largo del día nos gusta invocarla y ella nos ayuda, discretamente como ella sabe hacerlo, a permanecer en el recogimiento y la oración continua. Nos dirigimos a ella antes de comenzar un trabajo, antes de un encuentro o de un momento comunitario.
Tanto en las alegrías como en las dificultades, María es nuestra hermana y nos muestra el camino: ” Y cuando la desunión nos haga pesimistas, poco animosos, desconfiados, vayamos todos bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Cuando en el alma cristiana hay turbulencias espirituales, solamente bajo el manto de la Santa Madre de Dios encontramos paz”. (Discurso del Papa Francisco en la Basílica del Santo Sepulcro, Jerusalén, 25 de mayo 2014)
Y al terminar nuestra jornada, en el canto de la Salve Regina, nuevamente nos ponemos entre sus manos inmaculadas, confiándole todo lo que hemos vivido: de hecho, todo lo que pasa por sus manos adquiere una nueva belleza…
Fotografía: Nuestra Señora del Carmen, Carmelo del Pater Noster en Jerusalén.