El tema de la jornada fue “La vida consagrada: mística y profecía”. Padre Marco Riva, encargado de los religiosos y religiosas, nos compartió una reflexión de la cual proponemos aquí algunos puntos.
Mística y profecía, estos dos términos han encontrado su lugar en la teología de la Vida Consagrada, especialmente a partir de la exhortación apostólica de Juan Pablo II “Vida Consagrada” (1996). Al releerla vemos lo importante que es cuidar nuestra vida consagrada. Es a partir de la consagración que todo encuentra su justo lugar en nuestra vida, y la ilumina. Por ejemplo, podemos encontrar dificultades en la vida comunitaria, por supuesto que ello puede ser a causa de problemas de relación, pero a menudo estas dificultades se deben a que la consagración no ha encontrado su justa dimensión. Y, de hecho, mística, profecía, vida fraterna, servicio son todas expresiones de la consagración.
La mística está orientada hacia la unión con Cristo, la profecía, orientada hacia el vivir la voluntad de Dios, aquí y ahora, en Nazaret, Haifa, Jerusalén, Belén… Pero ambas: mística y profecía, son constitutivas de la vida consagrada. No se trata solamente de estar en comunión con Dios, sino de vivir según la voluntad de Dios. Mística y profecía no pueden separarse, su resultado es una vida unificada.
La conversión comienza cuando comienza la experiencia mística. De hecho, la acción transformadora de Dios nos hace capaces de decir y de vivir la voluntad de Dios. Incluso si esta acción es a veces dolorosa. La “Sequela Christi”, la consagración se convierte gradualmente en un estilo de vida que abarca todo: desde nuestras relaciones hasta la manera de comer…
Pero, ¿cómo podemos “estimular” una experiencia de Dios? por la caridad, y viviendo en si mismo esta experiencia. Se trata de estar centrado en Cristo… y basta! Si la vida consagrada es esencial para la Iglesia, debemos mostrar a la Iglesia y al mundo, lo que es esencial.