Oscura es la noche de la tumba,
y sin embargo el brillo de las heridas sacras
atraviesa el espesor de la piedra,
la levanta y la deja a un lado como una pluma;
de la oscuridad de la tumba se levanta
el cuerpo resucitado del Hijo del Hombre,
deslumbrante de luz, de claridad radiante.
Sin ruido, él sale de la gruta
en el amanecer, pacífico, en la paz de la mañana
una ligera neblina cubre la tierra;
la atraviesa ahora una luz
centellante de blancura
y el Salvador avanza en el silencio
de la tierra que se despierta apenas.
Bajo sus pasos divinos
florecen flores luminosas que nadie jamás ha visto –
y en todas partes donde su ropa toca el suelo,
la tierra brilla con resplandor de esmeralda.
La Bendición fluye de sus manos sobre los campos y los prados,
Ella brota abundante y clara –
y en el rocío de la mañana plena de gracia
la naturaleza irradia alegría y aclama al Resucitado
mientras Él camina en silencio frente a los hombres