Nueve días, en los que andando el camino de la vida vamos buscando una meta: la de conocer más y amar mejor a la Virgen María. Nueve días en los que a través de la experiencia espiritual del Carmelo, vamos a contemplar a la Virgen orante, que nos enseña a acoger, meditar, vivir y proclamar la Palabra de Dios.
Nueve días en los que debemos afinar nuestros oídos para escuchar el “sí” incondicional de la Virgen María a los planes salvíficos de Dios. Nueve días especiales en los que cada uno de nosotros, hijos de Dios, debe escuchar en su corazón el “sí” de María, que cambió el rumbo de la historia, porque a partir de ese “sí”, Dios no sólo siguió buscando al ser humano, sino que se hizo hombre, igual a nosotros, menos en el pecado. Estamos invitados también a preparar nuestro “sí” en esta novena y en esta Solemnidad en honor a la Madre, Reina y Hermosura del Carmelo, y aunque pequeño y pobre, Dios lo convierte como el de María, en medio eficaz para seguir encarnándose entre los hombres, en el mundo de hoy.
Pidamos a la Virgen del Carmen, mujer de nuestra raza, de nuestra tierra, seguidora de Dios, que aclare y serene nuestras mentes y nuestros corazones, que dé firmeza a nuestra voluntad, que ilumine nuestras vidas para dar un sí definitivo, valiente y generoso a este proyecto de vida cristiana. Que sobre todo en esta Solemnidad, la Virgen del Monte Carmelo, nos ayude a buscar los valores del Evangelio, a profundizar en ellos y a vivir con unas actitudes más sinceras y fieles.
Todos los días, pero especialmente en sus solemnidades, ella, la Virgen María, que recorrió los caminos de Tierra Santa, nos aparece como la distinta; es decir, la inmaculada, la llena de gracia, la tierna, dulce y madre fiel que siempre acompaña a sus hijos amados. Y precisamente nos aparece distinta para que nosotros también comencemos a ser distintos, porque como elegidos de Dios, santos y amados, estamos llamados a ser distintos como ella es distinta.
Vestirnos el Santo Escapulario, el regalo que nos ha dejado la Santísima Virgen del Carmen, es comprometernos a vestirnos de misericordia entrañable, de bondad, de perdón, de humildad, de dulzura y de comprensión. Es vestirnos de amor y de paz y nunca cansarnos de dar gracias a Dios que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales, y poder proclamar junto con María: “El poderoso ha hecho obras grandes en mí”.
María, Madre del Carmelo, la inmaculada, la distinta, que lejos de distanciarse, es signo esperanzador. Dios ha de conseguir, de encontrar y realizar su promesa en nosotros como ya lo ha conseguido en ella, que fue dócil a las inspiraciones del Santo Espíritu. Y aquí y ahora llega nuestra tarea: Mirarnos en María, como nos miramos en un espejo, y descubrir en ella, el modelo a seguir y la confianza para mantenernos firmes y fieles en el intento por ser distintos y mejorar siempre.
En ella, en María, encontramos un signo ejemplar del hombre nuevo realizado en Jesús, un signo de la creación renovada. Novedad que debemos aplicarnos a nosotros mismos permitiendo que Dios cumpla su proyecto de amor en nosotros, luchando contra el mal en todas sus manifestaciones y revistiéndonos de Cristo, viviendo en comunión y amistad con Dios, con los hermanos y con la nueva creación.
Esa comunión de vida con Dios no es un sueño inalcanzable. En María se hizo realidad y ella es de nuestra raza, de nuestra tierra. Como le escuchaba a nuestro Patriarca, Sua Beatitudine Fouad Twal, “María es parroquiana nuestra”. Por esto, ese sueño de comunión no es inalcanzable, porque Dios lo logró en la “parroquiana” María de Nazareth. Eso significa que también puede lograrlo en nosotros, que somos “parroquianos” de la Tierra Santa. Realidad que tendremos que trabajarla con esfuerzo, dedicación y confianza profunda en Dios, día a día.
Que la Virgen, Madre, Reina y Hermosura del Carmelo, nos anime, nos ayude y nos acompañe en el empeño e intento por ser distintos. Que nos reconcilie a todos los hombres en un abrazo fraterno y que interceda por nosotros, para que su amado Hijo Jesús renueve nuestros corazones y desaparezcan todos los odios, resentimientos, violencia y todo sentimiento de venganza.
Buena fiesta del Carmen para todos!
P. Milton Moulthon Altamiranda, ocd.