Adorna, Sion thalamum!
La Regla del Carmelo como itinerario nupcial del alma y de Cristo:
Una interpretación.
Sr. Anastasia de Jerusalén, ocarm
Encontrándome en tierra extranjera, a lo largo de ríos que no son los míos, quiero tomar la citara y comenzar a cantar, cantaré para mi Amado el canto del amor por su viña. Este es un canto de amor. El canto de la esposa para su Esposo.
Sobre el Monte Carmelo, junto a la Fuente, el Señor ha preparado para nosotros un tálamo, una habitación nupcial donde enseñarnos el arte del amor (Cfr Ct 8,2): el texto de la vitae formula es este tálamo adornado y preparado.
Sión lloraba, se lamentaba: “¡El Señor me ha abandonado, el Señor me ha olvidado!”, pero el Santo – el Sea bendito – dice: “¿Hay acaso un tálamo nupcial sin que esté la esposa?” ¡No! La esposa está pronta, le han dado un vestido de lino puro, resplandeciente (Ap 19,7-8). Ella se lo ha puesto y con calzados en sus pies, ha salido al encuentro del Esposo. Se inicia así su “peregrinatio hierosolymitana”.
La esposa es el Carmelo, que va hacia Jerusalén, que se dirige al lugar de su Amor. Y para nosotros Jerusalén está sobre el Monte Carmelo. No tenemos que buscar otros tálamos, otras bodas. Todo se cumple ahí, según está escrito en las breves líneas de la Regla dada para nosotros por Alberto.
La vitae formula es el tálamo secreto, el lugar íntimo de las bodas con el Esposo Cristo. La esposa comienza su viaje, su peregrinatio, toma en su mano el instrumento y canta; su música no es cualquiera, sino una melodía que recuerda la amada al Amado, capaz de seducirlo, de conmoverlo.
Como un nuevo Israel, la esposa del Monte Carmelo sopla en su cuerno sagrado, en su shofar,y reproduce los sonidos de su nostalgia por el Señor. Así permanece desde siempre, sin detener jamás su canto que dice: “¿Adonde te escondiste Amado?” También en nuestros días, a lo largo de los surcos escondidos de la historia de hoy, la esposa que hay dentro de nosotros hace sentir su voz y canta sus canciones de amor. Me parece que podemos individuar diez cánticos en la Regla. Cánticos sublimes, inefables que se pueden repetir solamente con el testimonio del vivirlos sobre nuestro Monte Carmelo.
Pero antes de poder cantar, antes de poder elevar la voz del amor, es necesario que la esposa sea herida por aquella flecha de fuego que tiene en sí la fuerza divina de hacerla alzarse y partir. Antes que sus dedos puedan comenzar a hacer vibrar las cuerdas de la citara, es necesario que ella camine y comience su ascensión hacia el Monte. Debe abandonar la ciudad que se encuentra abajo y que es sólo contradicción, confusión, peligro. En ella, como decía Nicolás el francés, demasiados elementos están infectados por la corrupción y manchan y corrompen miserablemente. La vanidad del mundo, atrayente a primera vista y su espíritu enfermo, tienen atado al hombre interior, como en una cárcel, en bajezas, para que no se eleve a cosas más altas.
La esposa en cambio, debe subir, debe alcanzar la cima del monte porque es allí donde se unirá a su Esposo. Ella ha sido llamada, invitada con insistencia, muchas veces su nombre ha resonado en los labios del Esposo, ella sabe que El la espera sobre el Monte Carmelo. Por eso tiene prisa. Mientras va, en su corazón resuenan estas palabras de Alberto: “… a los eremitas que viven junto a la Fuente sobre el monte Carmelo…” y las repite sin cesar dentro de sí, las medita, las hace suyas. Después llega a la veta, a su lugar y dice: “¡Hoy he llegado a la fuente! Señor, si estás para dar éxito a mi viaje… heme aquí estoy junto a la fuente de agua…” (Gn 24,42s)
El Cántico de las armas espirituales.
El Carmelo-esposa participa, en la fe, en la larga vigilia pascual de la Iglesia-Esposa que espera a su Señor. Junto a ella el mismo Espíritu repite: “¡Ven!” y también quien escucha dice: “¡Ven!” Todos nosotros, sobre este santo Monte decimos: “¡Ven!”, la espera es nuestra respiración, nuestro habitat , nuestro vestido que nos envuelve. Nosotros vivimos de espera, porque está escrito: “El Señor mismo, a su regreso, recompensará”. Y esta espera, como nos dice Alberto, es una lucha – es tentación, persecución. Entonces ha llegado el momento para la esposa, de entonar el octavo cántico: el cántico de las armas espirituales.
Nuestra vitae formula nos pide con fuerza que nos afanemos con toda diligencia para revestirnos de la armadura de Dios : si permanecemos desnudos, en efecto, no tenemos posibilidad de combatir. Mientras el adversario, el diablo, continuamente gira entorno a la esposa, la observa, se le acerca: quiere que vuelva al mundo, cuando en cambio su Esposo la ha elegido, arrancándola del mundo. Alberto parece decir: “¡Está atenta: el que quiere robarte el tesoro, te lo robará si duermes, si no te vistes la armadura!” pero es necesario que la esposa tenga coraza y armas que no son suyas, de manera que el diablo vea una tal armadura y coraza que diga: “¡No es cosa humana!” No somos fuertes por nosotros mismos sino en el Señor y en su potencia.
La esposa del Monte Carmelo es soldado, pero soldado de Cristo, miles Christi , como escribía Casiano y para retomar las palabras de S. Bernardo, ella ejercita un nuevo tipo de milicia, en la que combate las batallas de su Señor, bajo su guía y su mando; o mejor, según el texto latino, debe saber stare , estar firme, de pie. Me vienen a la mente las palabras de Juan Baconthorpe que comentando brevemente el cap. XVI de la Regla, habla de la Virgen María como Aquella que “era estable con gran fe, esperanza y amor, no había abandonado a su Hijo en la Pasión, sino que permaneció “ juxta crucem stabat ”. Así también la esposa, escucha y pone en práctica la palabra que dice: “¡Estad de pie, vigilad!” (1 Cor 16,13) y todavía: “¡Estad firmes en el Señor!” (Fil 4,1). El es y solo El, la armadura de Dios en cuya protección es defendida y de la que se reviste. Su cinturón, su coraza, su escudo, su casco, su espada, es el Señor Jesús , El adherido a la esposa y la esposa adherida a El, en todo tiempo, en una oración incesante y en un amor incorruptible (Ef 6,24).
Se necesitaría hablar más largo de estas armas espirituales dadas a nosotros para la milicia de Cristo, para la conquista de un corazón puro que nos permita ver a Dios, pero no hay tiempo. Por esto pasamos de inmediato al noveno cántico: el cántico del trabajo manual.