“La verdadera alegría no viene de las cosas, del tener ¡No! Nace del encuentro, de la relación con los demás, nace del sentirse aceptado, comprendidos, amados y del aceptar, del comprender y del amar; y esto no por el interés de un momento, sino porque el otro, la otra es una persona. ¡La alegría nace de la gratuidad de un encuentro! (…)Cuando te encuentras un seminarista, un sacerdote, una religiosa con cara larga, triste que parece que sobre su vida han colocado una manta mojada, de estas pesadas… que aplasta… ¡algo no funciona! Pero por favor: nunca religiosas, nunca sacerdotes con la cara “de pepinillos en vinagre”, ¡Nunca! La alegría que viene de Jesús. Pensad esto: cuando a un sacerdote –digo sacerdote pero también un seminarista- cuando a un sacerdote, una religiosa le falta la alegría, está triste, podéis pensar: ¡Será un problema psiquiátrico! No, es verdad: puede pasar. Sucede, algunos pobres se ponen enfermos… Puede pasar. Pero normalmente no es un problema psicológico. ¿Es un problema de insatisfacción? Eh, sí. ¿Pero donde está el origen de la falta de alegría? Es un problema de celibato. (…) Pero el voto de castidad y el voto del celibato no termina con el momento del voto, sigue adelante… Un camino que madura, madura hacia la paternidad pastoral, hacia la maternidad pastoral, y cuando un sacerdote no es un padre de su comunidad, cuando una monja no es una madre de todos con los que trabaja, se entristece. Este es el problema. Por esto os digo a vosotros: la raíz de la tristeza e la vida pastoral está exactamente en la falta de paternidad y maternidad que viene del vivir mal esta consagración, que sin embargo nos debe llevar a la fecundidad. No se puede pensar en un sacerdote o una religiosa que no sea fecunda: ¡esto no es católico! ¡Esto no es católico! Esta es la belleza de la consagración: es la alegría, el gozo…
Para ser testigos gozosos del Evangelio es necesario ser auténticos, coherente. Y esta es otra palabra que quiero deciros: autenticidad. (…) Debemos ser coherentes, auténticos. (…)Pero antes que nada ¡es nuestra vida donde los demás deben leer el Evangelio! (…) Quiero aconsejaros esto, tened transparencia con el confesor. Siempre. Decidle todo, no tengáis miedo. “Padre, ¡he pecado!” Pensad en la samaritana, que para probar, para decirle a sus conciudadanos que había encontrado al Mesías, dijo: “Me ha dicho todo lo que he hecho” y todos conocían la vida de esta mujer. Decir siempre la verdad al confesor. Esta transparencia os hará bien, porque nos hace humildes a todos”. “Pero Padre, me he quedado en esto, he hecho esto, he odiado”… lo que sea. Decir la verdad, sin esconderme, sin media palabra, porque estás hablando con Jesús en la persona del confesor. Y Jesús sabe la verdad. ¡Solo Él te perdona siempre! Pero el Señor solo quiere que tú le digas lo que Él ya sabe. ¡Transparencia!
(…) En vuestra formación hay cuatro pilares fundamentales: formación espiritual, o sea la vida espiritual; la formación intelectual, este estudiar para “dar razón”; la vida apostólica, comenzar a anunciar el Evangelio; y cuarto, la vida comunitaria. Cuatro. Recordad estos cuatro pilares: vida espiritual, vida intelectual, vida apostólica y vida comunitaria. Estos cuatro. Sobre estos cuatro debéis edificar vuestra vocación. Aquí quisiera destacar la importancia, en esta vida comunitaria, de las relaciones de amistad y de fraternidad que forman parte integrante de esta formación. (…) Cultivar las amistades, son un bien precioso: deben educaros no en la clausura, pero si a salir de vosotros mismos. Un sacerdote, un religioso, una religiosa no puede estar nunca sola, sino ser una persona siempre disponible para el encuentro.
(…) Yo quisiera una Iglesia misionera, no tan tranquila. No aprendáis de nosotros, de nosotros, que no somos los más jóvenes: no aprendáis de nosotros ese deporte que nosotros, los viejos, practicamos a menudo: ¡el deporte del lamento! No aprendáis de nosotros el culto a la “diosa lamentos”. Sed positivos, cultivad la vida espiritual, y al mismo tiempo, sed capaces de reunir a las personas, especialmente a las más despreciadas y pobres. No tengáis miedo de salir y de caminar a contracorriente. Sed contemplativos y misioneros.”
(Podemos encontrar el texto integral en www.vatican.va)