La salvación, pero mucho más, nuestra razón de vivir es ver al Padre, como lo es la suya; su ardiente deseo es ofrecernos la comunión a su vida divina. ¡Cuánto el camino ha sido largo después de la caída para que el Padre restablezca y realice su deseo! Desde ahora, en Jesús, el grano de trigo caído en tierra, este deseo del Padre no cesara jamás de germinar a través de su cuerpo sacramental que es la Iglesia. Y nosotros, que de vigilia en vigila, permanecemos en la presencia del Padre, invocamos y esperamos el día bendito del regreso de Cristo en la gloria, y por tanto de nuestra alegría.
Y nuestra esperanza no está en el futuro, es sostenida por este inmenso Amor del Padre por las criaturas, amor que se manifiesta en Jesús. “He aquí el hombre!”… desfigurado, rechazado y ejecutado, el hombre Jesús sigue viendo a su Padre en su vida. Ni la violencia, ni la muerte pertenecen a este mundo nuevo! Y para vivir allí, Cristo las ha atravesado teniendo constantemente los ojos interiores fijos en Su Padre. El hijo hace solamente lo que ve hacer al Padre.
También nosotros estamos llamados a mirar los seres como El los ve. Y podemos permanecer, en esta resurrección cotidiana, junto con todos aquellos que se hieren a causa de la mirada de su corazón: los cónyuges entre ellos; los padres de cara a los hijos, los creyentes entre ellos, con los ateos, los diferentes grupos sociales o de razas. Santa humanidad de Jesús que conduces nuestra humanidad hacia la santidad!
“He aquí el hombre!” Y algunos, condicionados por el temor del pecado, subliman el momento terrible de la muerte de este hombre diciendo: “Sí, pero él es Dios” como para dispensarlo! Otros, conscientes de este choque vital para nuestra condición dirán lo contrario, “¿pero dónde está su esperanza? “. Uno de mis profesores de teología nos decía: “En el concilio de Calcedonia, en el año 451, son confesadas la divinidad de Cristo como su humanidad, pero el equilibrio de la fórmula se encuentra en el “Y” que las une”. Estamos llamados a encarnar esta combinación en nuestra humanidad del regalo divino que es el Espíritu de nuestro bautismo. Esta vida de discipulado es un camino de seguimiento de Cristo. No seamos, por tanto, partidarios de un caminar dividido. Pie derecho divino “O”, luego pie izquierdo humano; seamos testigos del “Y”, pie derecho lanzado adelante equilibrando siempre el apoyo sobre el otro pie… Viéndonos caminar de esta manera humano-divina, muchos podrán decir ciertamente: “He aquí un hombre verdadero!”
P. Philippe Hourcade scj
Nazaret