En los monasterios de Jerusalén, Belén, Nazaret y Haifa, estábamos todas reunidas en la sala de comunidad para seguir la transmisión de la llegada del Santo Padre a Amman, y hemos escuchado con gran alegría la bienvenida del rey Abdullah, su palabra fuerte al referirse a los riesgos del fundamentalismo pero al mismo tiempo llena de esperanza respecto a la colaboración entre cristianos y musulmanes en su Reino “constructor de puentes”. La celebración de la Santa Misa en el estadio de Amann y luego el encuentro a orillas del Río Jordan con los niños refugiados o enfermos que fue conmovedor y sencillo, y refiriéndose a la cuestión candente respecto al conflicto siriano: “viendo este drama de la guerra, viendo estas heridas, viendo tanta gente que ha dejado su patria, que se ha visto obligada a marcharse, me pregunto: ¿quién vende armas a esta gente para hacer la guerra? He aquí la raíz del mal. El odio y la codicia del dinero en la fabricación y en la venta de las armas. Esto nos debe hacer pensar en quién está detrás, el que da a todos aquellos que se encuentran en conflicto las armas para continuar el conflicto. Pensemos, y desde nuestro corazón digamos también una palabra para esta pobre gente criminal, para que se convierta“.
“Este es el día que hizo el Señor. Bendito el que viene en nombre del Señor” (Salmo 117,24.26)
Después de rezar este Salmo en la oración de Laudes varias de nosotras partimos rumbo a la Plaza del Pesebre en Belén. En un clima de animación gozosa hemos cantado en todos los idiomas “¡Francisco, bienvenido a Belén! ¡Francisco, bienvenido a Palestina!” Un momento particularmente festivo ha sido cuando los helicópteros hicieron un giro sobre la plaza y todos agitaban las banderas, y resonaban los gritos de saludo… Nos sentíamos orgullosos junto a todos aquellos que aclamaban diciendo: ¡El Papa llega a nuestra casa! ¡A nuestra tierra! Seguimos en las pantallas el encuentro con Mahmoud Abbas, luego el Papa llegó finalmente para la celebración de la Santa Misa que fue festiva y espontánea. Toda la liturgia se centró sobre el misterio de la Natividad, la luz brilló AQUÍ.
Por la noche, la celebración en el Santo Sepulcro-Anastasis fue muy conmovedora. Las palabras de los dos “hermanos”, sucesores de Pedro y Andrés, han hecho que nos sintamos fuertemente involucrados en esos momentos culminantes: ” Hemos intercambiado un abrazo de amor, si bien nuestro camino hacia la plena comunión en el amor y en la verdad (Ef 4,15) continúa, “para que el mundo crea” (Jn 17,21) que no hay otro camino para la vida sino el camino del amor, la reconciliación, la paz auténtica y la fidelidad a la Verdad. [ … ] Finalmente, esta Tumba sagrada nos invita a vencer otro miedo que es quizás el más extendido en nuestra época moderna: el miedo al otro, el miedo a lo diferente, el miedo al que sigue otro credo, otra religión u otra confesión. [ … ] En estas circunstancias, el mensaje de la tumba vivificante es urgente y claro: amor al otro, al diferente, a los seguidores de otros credos y de otras confesiones. Amarlos como a hermanos y hermanas. El odio lleva a la muerte mientras que el amor “expulsa el temor” (1 Jn 4,18) y conduce a la vida” fueron las palabras del Patriarca Bartolomé.
“Acojamos la gracia especial de este momento. Detengámonos con devoto recogimiento ante el sepulcro vacío, para redescubrir la grandeza de nuestra vocación cristiana: somos hombres y mujeres de resurrección, no de muerte. Aprendamos, en este lugar, a vivir nuestra vida, los afanes de la Iglesia y del mundo entero a la luz de la mañana de Pascua. El Buen Pastor, cargando sobre sus hombros todas las heridas, sufrimientos, dolores, se ofreció a sí mismo y con su sacrificio nos ha abierto las puertas a la vida eterna. A través de sus llagas abiertas se derrama en el mundo el torrente de su misericordia. No nos dejemos robar el fundamento de nuestra esperanza, que es precisamente éste: Christós anesti. No privemos al mundo del gozoso anuncio de la Resurrección. Y no hagamos oídos sordos al fuerte llamamiento a la unidad que resuena precisamente en este lugar, en las palabras de Aquel que, resucitado, nos llama a todos nosotros “mis hermanos” (cf. Mt 28,10; Jn 20,17). [ … ] Cuando cristianos de diversas confesiones sufren juntos, unos al lado de los otros, y se prestan los unos a los otros ayuda con caridad fraterna, se realiza el ecumenismo del sufrimiento, se realiza el ecumenismo de sangre, que posee una particular eficacia no sólo en los lugares donde esto se produce, sino, en virtud de la comunión de los santos, también para toda la Iglesia. Aquellos que matan, que persiguen a los cristianos por odio a la fe, no les preguntan si son ortodoxos o si son católicos: son cristianos. La sangre cristiana es la misma.” Respondió Francisco.
Pero más elocuentes que las palabras fueron los gestos de atención, de amistad, casi de complicidad: como indicar la página del folleto, ayudar a ponerse de pie, poner el cirio. Tampoco faltó el toque humorístico, cuando en el momento de posar para la fotografía, ambos se dieron cuenta que no estaban en el centro del tapiz e hicieron pequeñitos pasos para ponerse al centro.
El lunes por la mañana en Jerusalén, el Santo Padre visita la explanada de las Mezquitas y el Muro de las Lamentaciones. ¿Saben lo que el Papa puso en el Muro? la oración del Padre Nuestro, escrita de su puño y letra en español, “la lengua en la cual yo la aprendí de mi madre…” El Papa firmó el Libro de Oro del Muro, escribiendo en español estos versos: ” ¡Qué alegría cuando me dijeron : vamos a la casa del Señor. ¡Ya estamos, ya se posan nuestros pies en tus puertas, Jerusalén!” (Sal 121 ) . Y agregó: “Vine aquí a rezar y le pedí al Señor el don de la paz”.
Durante la visita al memorial del holocauste, Yad Vashem, el Papa lanzó un fuerte mensaje para todo el mundo con estas palabras: “En este lugar, memorial de la Shoah, resuena esta pregunta de Dios: “Adán, ¿dónde estás?”. [ … ] Danos la gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres, hemos sido capaces de hacer, de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber despreciado y destruido nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro, que tú vivificaste con tu aliento de vida. ¡Nunca más, Señor, nunca más! “Adán, ¿dónde estás?”. Aquí estoy, Señor, con la vergüenza de lo que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, ha sido capaz de hacer. Acuérdate de nosotros en tu misericordia.” Oramos para que este mensaje sea escuchado por todos.
Por la tarde, nos reencontramos con los hermanos y hermanas provenientes de todos lados, y con hábitos bien diversos. En Getsemaní el Santo Padre encontró y oró con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas, fue también una hermosa ocasión para tomar conciencia de la riqueza de la vida consagrada en la Tierra Santa y para dar gracias a Dios. Cuando el Santo Padre se arrodilló ante la roca donde Jesús oró y donde “su sudor era como grandes gotas de sangre que “AQUÍ” caían hasta la tierra” (Lc 44,20), también nosotras nos arrodillamos y oramos con él. La intercesión se elevó, silenciosa, espontánea. Las palabras del Papa llegan a cada uno de nosotros, religiosos y religiosas: “Nos hará bien a todos nosotros, obispos, sacerdotes, personas consagradas, seminaristas, preguntarnos en este lugar: ¿quién soy yo ante mi Señor que sufre? ¿Soy de los que, invitados por Jesús a velar con él, se duermen y, en lugar de rezar, tratan de evadirse cerrando los ojos a la realidad? ¿O me identifico con aquellos que huyeron por miedo, abandonando al Maestro en la hora más trágica de su vida terrena? [ … ] La amistad de Jesús con nosotros, su fidelidad y su misericordia son el don inestimable que nos anima a continuar con confianza en el seguimiento a pesar de nuestras caídas, nuestros errores, incluso nuestras traiciones”. (En este momento el Santo Padre nos miró por encima de sus gafas, haciendo un pequeño momento de silencio) “Ustedes, queridos hermanos y hermanas, están llamados a seguir al Señor con alegría en esta Tierra bendita. Es un don y también es una responsabilidad. Su presencia aquí es muy importante; toda la Iglesia se lo agradece y los apoya con la oración”.
Es cierto que siempre es bueno sentirse animado. Nuestro patriarca, Mons. Fouad Twal ya había dicho en su discurso de bienvenida: “Como Jesús en Getsemaní, nuestros queridos consagrados, parte integrante de la Iglesia local, con frecuencia se sienten solos y abandonados. A través de tu persona y de tu voz, pedimos al mundo cristiano y a nuestros hermanos obispos, más cercanía, solidaridad y sentido de pertenencia a esta Iglesia Madre”. Una llamada que relanzamos.
Mientras el Papa celebraba en el Cenáculo regresamos a nuestras respectivas comunidades y volviendo nuestros ojos hacia la ciudad, hemos sentido el eco de su palabra: “Éste es el horizonte del Cenáculo: el horizonte del Cenáculo, el horizonte del Resucitado y de la Iglesia. De aquí parte la Iglesia en salida, animada por el soplo del Espíritu. Recogida en oración con la Madre de Jesús, revive siempre la esperanza de una renovada efusión del Espíritu Santo: Envía, Señor, tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104,30)”.
Gracias Papa Francisco por la buena noticia anunciada; Abraham, David, la Virgen María, San José sin olvidar a Mariam de Jesús Crucificado, exultaron y ustedes y nosotros junto a ellos. Al final los ojos del Santo Padre estaban un poco fatigado (Shimon Peres, en la pista del aeropuerto, le pregunta: ¿Cansado? “Mas o menos” respondió el Papa (en francés) y con una sonrisa…), pero la Iglesia en Jerusalén y la Iglesia entera se ha renovado.
Y ahora esperamos el próximo encuentro con el Papa quien ha ofrecido su casa como lugar de encuentro entre Shimon Peres y Mahmoud Abbas para orar juntos y buscar caminos de paz: “Dichosos los hombres cuya fuerza eres tú y que gustan de subir hasta ti” (Salmo 84).