Tu padre y nuestro padre Abraham, aprendió también como tú, en la tupida trama de su vida, esta justicia que consiste en estar ajustado constantemente a la Palabra del Señor. Guiado por la Promesa, como tú por el Niño, el procuró vivirla para comprender en el momento que le fue pedido el sacrificio, que era justo y bueno sólo responder ” Heme aquí ” al instante, sin demora al Señor.
Cuando tuviste que partir, huir y luego volver a recomenzar tu vida, para ti fue secundario todo lo que un ser humano considera sin embargo necesario: la profesión, el tejido de relaciones, la estabilidad. Porque ya tu padre y nuestro padre, Abraham, había dejado todo por una promesa, y en los brazos de tu bienamada María, hay mucho más que una Promesa.
En este silencio de tu vida que acoge lo Único necesario, eres predestinado por el Padre a no ser más que aquel que permitirá a Su Hijo muy amado permanecer abierto a Su presencia. ¿Para ser servidor ante este Niño de una tal Presencia, cuánto no has debido José, así como María, guardar y meditar toda cosa en tu corazón?
En la fuerza que ha orientado toda tu vida, desde el Anuncio que te fue hecho, ¿cuánto tuviste que penetrar en la contemplación simple de Aquel que es engendrado en María y que viene del Espíritu?
Sé nuestro compañero en este camino de la fe para que nuestra vida se convierta en esta acción de gracias en la que celebramos siempre el don del Padre, Jesús diciendo: “¡Es justo y bueno!”
P. Philippe Hourcade scj
Nazareth