« εἶδον τὸ παιδίον μετὰ Μαρίας τῆς μητρὸς αὐτοῦ, καὶ πεσόντες προσεκύνησαν αὐτῷ… »
El 6 de enero celebramos la Epifanía del Señor, su manifestación. Es una fiesta que tiene un significado diferente para los cristianos de occidente y los cristianos de oriente (ortodoxos). En Occidente, la Epifanía es la adoración que los Magos rinden a Jesús. En los ritos orientales, que siguen nuestros hermanos y hermanas ortodoxos con quienes vivimos en Tierra Santa, esta fiesta se llama Teofanía y tiene como objeto el bautismo de Cristo que santificó las aguas del Jordán. Entonces, la Iglesia de Oriente no menciona la adoración de los Magos, pues ha unido este misterio al del Nacimiento del Salvador en sus oficios litúrgicos para el día de Navidad.
Para nosotros que seguimos el rito latino, esta fiesta toma su nombre del griego Ἐπιφάνια, que significa en el lenguaje del Nuevo Testamento “aparecer desde arriba”. Como sabemos, el nacimiento de Jesús es narrado por dos evangelistas: Mateo y Lucas. Según Lucas, son los pastores quienes vienen a rendir homenaje a Jesús; según Mateo, son los magos (μάγος).
Queremos seguir el recorrido de los Magos, porque representan en cierta forma la marcha de la humanidad hacia Cristo. Nosotros somos parte de esta procesión inacabada que recorre la historia, las religiones, las civilizaciones, hacia un encuentro que cambia la vida. Hagamos esto en una actitud orante para comprender lo que hoy nos enseñan las Escrituras.
Primeramente, el evangelio no dice quiénes son los magos, pero por el contexto podemos deducir que son astrólogos acostumbrados a observar los cielos, a estudiar el curso de los astros. Son contemplativos, personas conscientes de que la realidad es portadora de algo más, de una significación que debe buscarse. Siguen una estrella: en Oriente, la creencia de que alguien nace bajo una estrella es normal. De esta manera el universo revela el misterio de una presencia. Los magos van hacia el encuentro de un rostro hasta ahora desconocido, apoyados en la esperanza: “de Jacob avanza una estrella” (Nm. 24,17).
Toda la tradición de la Iglesia destaca el carácter extraordinario de esta estrella, capaz de hacer que los magos se pusieran en camino, ver a Ignacio de Antioquía, Juan Crisóstomo … La estrella los conduce a Jerusalén, pero para encontrar al “Rey de los judíos” la estrella no es suficiente, son las Escrituras que les darán la clave: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?” … – “En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.” (Mt. 2, 5-6). Los sabios escucharon humildemente las Escrituras.
Por tanto no es la estrella que dice dónde está el niño, es el Niño- Palabra eterna del Padre, quien guía la estrella hasta la casa donde Él está en los brazos de su madre, y lo hace incluso a través de circunstancias contrarias (Herodes), porque Dios es el Señor de la historia y los acontecimientos.
“Se llenaron de inmensa alegría… vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra” (Mt. 2, 10-11)
Hagamos nosotros lo mismo, seamos caminantes, contemplativos en el camino de la historia, buscando, cuestionando las Escrituras, pasando de las realidades de la tierra hacia el rostro de alguien. Pasando de la ciencia que infla de orgullo a una vida epifánica para ir siempre más alto y entonces encontraremos el signo profético ya anunciado por Isaías, “la Virgen concebirá y dará a luz un hijo” (Mt. 1, 23).
Monasterio de Nuestra Señora del Monte Carmelo