En Jesús, dándose hasta la muerte y resucitando para nuestra justificación, podemos descubrir el rostro de Padre, compasivo y lleno de amor. “En Jesucristo, Dios se hizo hombre para que la misericordia se encarne verdaderamente en una compasión concreta”1. Todos los gestos de Jesús nos revelan el corazón del Padre, su amor por los hombres, por los más pequeños y los que más sufren entre ellos. Su delicadeza y proximidad con los pecadores nos habla de la misericordia que constituye el ser mismo de Dios según El mismo nos lo ha revelado: “El Señor pasó delante de Moisés y proclamó: el Señor, el Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera, lleno de amor y fidelidad.”2
Es en la contemplación de esta misericordia divina que nosotros podemos conocernos y entrar, también nosotros a nuestro momento, en la sobreabundancia del amor. Santa Teresa tenía una viva conciencia de ello : “… es verdad, cierto, que muchas veces me templa el sentimiento de mis grandes culpas el contento que me da que se entienda la multitud de vuestras misericordias! En quien, Señor podría resplandecer mejor que en mi?…”3
Sin embargo, al momento de entrar en la celebración de la Pasión y Resurrección del Señor, la misericordia se nos ofrece con un resplandor particular. El diseño de salvar a todos los hombres, la humanización de Dios, sus kenosis; nos revelan un amor inmenso, dispuesto a tomar todos los medios posibles et imaginables. “Veía que, aunque era Dios, que era Hombre, que no se espanta de las flaquezas de los hombres, que entiende nuestra miserable condición, sujeta a muchas caídas… Y aunque es Señor, puedo tratarlo como amigo…”4
Aun más, siguiendo al santo papa Juan Pablo II, podemos “interpretar el misterio pascual como misterio de la misericordia. El límite impuesto al mal es en definitiva, la misericordia divina.”5 Porque Cristo [1]ha vencido el mal y la muerte por su muerte, nosotros estamos seguros de la victoria de la misericordia sobre toda forma de egoísmo y dureza, nosotros conocemos la grandeza del amor de Dios.
He aquí entonces el tiempo de la Pascua, que las palabras de nuestro papa Francisco resuenen en todas partes: “Eh aquí el tiempo favorable para cambiar nuestra vida! He aquí el tiempo de dejarse tocar el corazón.”6
[1] MJ Scheeben dogmatica t.2
[1] Exodo 34,6
[1] Vida 4,3-4
[1] Santa Teresa, Vida 37,5
[1] Juan Pablo II Memoria e Identidad
[1] Bula de inicio del Jubileo