«Él ha amado como a un hombre, humanamente, la humilde herencia del hombre, su pobre su casa, su mesa, su pan y vino-los caminos grises, dorados por el aguacero, pueblos con sus humaredas, las pequeñas casas en los setos de espinos, la paz de los atardeceres, y los niños que juegan en el umbral. Él amó todo ello humanamente, como un hombre, pero como ningún lo habría amado ni nunca lo amará. Tan puramente, abrazando estrechamente todo, con ese corazón que había creado para esto con sus propias manos”. (de “La Joie”)
También podemos completar este cuadro, que no debemos rápidamente juzgar como algo secundario, contemplando cómo el corazón de Jesús se abrió a su madre la primera vez que Él le dijo “mamá”, como este corazón palpitó cuando llamó a sus discípulos, incluso a aquellos que “tenían muchas posesiones”; cómo él se emocionó ante las multitudes ávidas de pan, de sanación, de palabras; cómo él miró a la mujer, sea la hermana de Lázaro, la samaritana, o aquella que permanecía arrodillada de arrepentimiento a sus pies.
Él también amó con esta sensibilidad siempre dispuesta a compadecer, a compartir nuestro sufrimiento, con pasión por su hermano, el hombre: “¿Cuál es esta Pasión que Él primeramente sufrió por nosotros?” Se interroga Orígenes. « Es la Pasión del Amor “.
Finalmente Jesús amó al hombre con una voluntad apasionada que desea la victoria del mismo hombre. Cualquier fracaso del hombre es para él un fracaso personal, una herida inimaginable: entonces “uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. “(Jn 19, 34). San Juan Crisóstomo no pudo contenerse ni dejar de escribir: “Dije que símbolos del bautismo y de los misterios son aquella sangre y aquel agua. De una y otra nace la Iglesia…¿Veis cómo Cristo unió a sí su esposa? ¿Ves con qué alimento nos nutre a todos? ¡Con el mismo alimento hemos sido formados y nos nutrimos! Efectivamente, igual que la mujer alimenta con su propia sangre y su leche al recién alumbrado, así también Cristo alimenta continuamente con su propia sangre a los que engendró” (Tercera Catequesis Bautismal, 17.19).
En Jesucristo, en y por su Cuerpo Místico, toda la creación alcanza su plenitud. En su Corazón palpita la misma alegría de Dios que viene a ser la alegría de nuestra humanidad, de nuestro corazón, de nuestra carne.
P. Henri Lamasse, scj
Nazareth