La cámara interior no puede sino hacernos pensar en la morada que se encuentra en el centro del alma, allí donde Santa Teresa nos invita a descender para caminar hacia la unión con Dios. Ella precisa que la puerta es ” la oración y consideración ” ( 1M 1, 7; 2M 11). Uno comprende, en general, esta puerta como una abertura, un pasaje, un acceso que hemos de conservar despejado a fin de poder penetrar en la morada interior donde se encuentra el Rey. Entonces nos preguntamos: ¿Esta puerta interior debemos abrirla o cerrarla? ¿O hay puertas que debemos abrir y otras que debemos cerrar?
Las puertas que debemos cerrar son primeramente las del cuerpo: los ojos, los oídos, la lengua. Luego, las puertas de nuestras debilidades: la curiosidad, la susceptibilidad, habladurías o chismes. Por último, las puertas de nuestras heridas: el resentimiento, la culpabilidad, el miedo.
Al parecer la clave es la apertura de conciencia, la confesión. Y también una firme determinación. Papa Francisco hablando a los seminaristas y novicios los ponía en guardia contra la cultura de la provisional: ” Hacer una elección definitiva hoy es muy difícil. En mis tiempos era más fácil, porque la cultura favorecía una elección definitiva, ya sea para la vida matrimonial, ya sea para la vida consagrada o la vida sacerdotal. Pero en esta época no es fácil hacer una elección definitiva. Nosotros somos víctimas de esta cultura de lo pasajero. Quisiera que pensaseis en esto: ¿Cómo puedo ser libre, como puedo liberarme de esta cultura de lo pasajero? Debemos aprender a cerrar la puerta de nuestra celda interior, desde dentro. Una vez, un sacerdote, gran sacerdote, que no se sentía bueno porque era humilde, se sentía pecador y rezaba mucho a la Virgen, y le decía esto a la Virgen –lo diré en español porque es una poesía muy bella-. Él decía a la Virgen que nunca, nunca se alejaría de Jesús y decía: “Esta tarde, Señora, la promesa es sincera. Por las dudas, no olvide dejar la llave afuera”. Pero esto se dice pensando siempre en el amor a la Virgen, se dice a la Virgen. Pero cuando deja la llave siempre fuera, por lo que pueda suceder… ¡No funciona! ¡Debemos aprender a cerrar la puerta desde dentro!” (6 de julio de 2013)
Sin embargo hay también puertas que hay que abrir, buenas puertas: la oración consciente y comprometida, la consideración fiel, es decir, la meditación de los misterios de la fe y el conocimiento realista de nosotros mismos. Pero también la caridad que es una apertura fundamental en nuestra vida espiritual. Es el amor bajo todas las formas que nos detalla San Pablo en el capítulo trece de la Primera Carta a los Corintios “La caridad es paciente, es servicial, no tiene envidia… ” . San Pablo nos presenta, de hecho, la caridad como una vía, la mejor vía, por tanto un paso, una puerta.
Hay pues una puerta por excelencia, la PUERTA siempre abierta, y siempre abierta hacia el Padre: es Jesús mismo. “Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto.” (Jn 10,9) Jesús en su misterio pascual, abrió la puerta del cielo: “Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir. Conozco tu conducta: mira que he abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar…” (Ap 3,7-8 )
Santa Teresa reúne bien estas puertas abiertas y cerradas en el capítulo 4 de las Moradas Sextas: “roba Dios toda el alma para sí, y que como a cosa suya propia y ya esposa suya, la va mostrando alguna partecita del reino que ha ganado, por serlo; que por poca que sea, es todo mucho lo que hay en este gran Dios, y no quiere estorbo de nadie, ni de potencias, ni sentidos; sino de presto manda cerrar las puertas de estas moradas todas, y sólo en la que El está queda abierta para entrambos.” (6M 4,9)