Quedar transformados por el esplendor de la belleza

Pertenecer totalmente a Cristo quiere decir arder con su amor incandescente, quedar transformados por el esplendor de su belleza: nuestra pequeñez se le ofrece como sacrificio de suave fragancia para que se convierta en testimonio de la grandeza de su presencia.

 

Benedicto XVI
22 mayo 2006
Una condición previa del seguimiento de Cristo es la renuncia y el desapego de todo lo que no es de Él. El Señor quiere hombres y mujeres libres, que no estén condicionados, capaces de abandonarlo todo para encontrar sólo en Él su todo.
Pertenecer totalmente a Cristo quiere decir arder con su amor incandescente, quedar transformados por el esplendor de su belleza: nuestra pequeñez se le ofrece como sacrificio de suave fragancia para que se convierta en testimonio de la grandeza de su presencia para nuestro tiempo, que tanta necesidad tiene de quedar ebrio por la riqueza de su gracia. Pertenecer al Señor: esta es la misión de los hombres y mujeres que han optado por seguir a Cristo casto, pobre y obediente, para que el mundo crea y se salve. Ser totalmente de Cristo siendo una permanente confesión de fe, una inequívoca proclamación de la verdad que libera de la seducción de los falsos ídolos que deslumbran al mundo. Ser de Cristo significa mantener siempre ardiente en el corazón una llama viva de amor, alimentada continuamente por la riqueza de la fe, no sólo cuando lleva consigo la alegría interior, sino también cuando va unida a las dificultades, a la aridez, al sufrimiento. El alimento de la vida interior es la oración, íntimo coloquio del alma consagrada con el Esposo divino. Un alimento más rico todavía es la cotidiana participación en el misterio inefable de la divina Eucaristía, en la que se hace presente constantemente Cristo resucitado en la realidad de su carne.
Los consagrados y las consagradas están llamados a ser en el mundo signos creíbles y luminosos del Evangelio y de sus paradojas, sin conformarse con la mentalidad de este siglo, sino transformándose y renovando continuamente el propio compromiso, para poder discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada y es perfecto (Cf. Romanos 12, 2). Este es precisamente mi auspicio, queridos hermanos y hermanas, para el que invoco la materna intercesión de la Virgen María, modelo insuperable de toda vida consagrada.

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