Queridas hermanas, en esta mi primera visita a Tierra Santa he tenido la gran alegría de encontrarlas, de ver los lugares en los cuales viven, de compartir con ustedes pensamientos, proyectos y deseos. Ha sido un don que me ha enriquecido y del cual agradezco al Señor y a cada una de ustedes. En adelante cuando piense en la Tierra Santa tendré siempre en mente vuestras comunidades fraternas y orantes.
Ciertamente, es una gracia vivir en estos lugares en los cuales -como dice el Salmo 87- “Todas mis fuentes están en ti”. El amor por la humanidad de Cristo, que impregna todo la experiencia espiritual de la Santa Madre, encuentra aquí, en los lugares donde El nació, vivió, murió y resucitó un continuo estimulo y alimento. Junto a esta fuente, hay otra también abundante de la cual pueden beber: es la tradición eremítica y monástica de la cual brotó el Carmelo, con la comunidad de los primeros ermitaños iuxta fontem Eliae y la Regla de San Alberto. La continuidad con los Padres de nuestros orígenes, tan querida a Santa Teresa, constituye una llamada constante a la oración y a la contemplación (cf. 5M 1.2).
Mas, junto a estas gracias están también los esfuerzos y las cruces de esta tierra, que vividas teologalmente se vuelven ellas mismas preciosas. La situación actual de conflicto entre el mundo árabe y el mundo judío es el hoy que están llamadas a asumir, llevándolo a la oración y transformando en ofrenda de amor por esta intención todo lo que están llamadas a sufrir en comunión con los hombres y mujeres de estos pueblos.
Sin duda que estos lugares y esta historia reclaman de ustedes gran madurez humana y espiritual. Ustedes me enseñan cuan fácil es en la vida diaria perderse en los detalles secundarios y hacer difícil el camino exagerando la importancia. Aquí en Tierra Santa ustedes estas llamadas a simplificar radicalmente vuestra vida para ir a lo esencial de vuestra vocación. Lo reclama la seriedad del sufrimiento de las personas que les rodean, como también el desafío lanzado por la composición multicultural de vuestras comunidades. Verdaderamente me ha impresionado el hecho de que sea posible una “convivialidad” entre hermanas procedentes de seis a trece países diferentes, con costumbres y tradiciones totalmente diferentes, de Europa a Asia, de África a América Latina. Esto significa que cada una ustedes debe salir constantemente de sí misma para ir al encuentro de la otra en el terreno común de la misma humanidad y de la misma vocación. Retengo que en este esfuerzo de encuentro y de simplificación ustedes están dando un ejemplo importante para todo la Orden, que hoy tiene necesidad de aprender a vivir la interculturalidad, que caracteriza siempre más a nuestra sociedad globalizada.
Una última palabra referente al camino de lectura de San Teresa. He podido constatar con qué interés y con qué responsabilidad lo están llevando adelante. Como dijimos en el diálogo comunitario, tenemos necesidad de redescubrir la opción fundamental de Teresa para poder discernir, a partir de esto, lo que favorece la vida contemplativa y fraterna y lo que puede dañarla o dispersarla en otras direcciones. Considero particularmente importante este trabajo de discernimiento para aprender a vivir en un modo evangélicamente correcto nuestra relación con el mundo. Para amarlo se necesita conocerlo, conocerlo en su realidad, non en las imágenes virtuales que el mundo mismo nos ofrece. Conocer el mundo no con los medios mundanos, sino a través de una relación directa, real con las personas y las cosas, creo que es uno de los grandes desafíos que están llamadas a enfrentar, especialmente en esta tierra, que sigue siendo el centro de la historia mundial, con su estabilidad y sus tensiones.
Les deseo vivir en plenitud este tiempo de Cuaresma, acogiendo la invitación a aquel conocimiento y cuidado de todo que es esencial para la vida espiritual.
Quedamos unidos en la oración. Con afecto fraterno,
P. Saverio Cannistrà ocd